Altibajos emocionales

Sobre el ánimo, la creatividad y el trastorno bipolar

[divider_flat] Si nos fuera dado elegir, a la gran mayoría nos gustaría tener buen humor, un estado de ánimo expansivo, confianza y seguridad en uno mismo, grandes dosis de energía mental, un pensamiento muy creativo y cantidad de ambición. Estos y otros rasgos anímicos son característicos de lo que se llama hipomanía, un estado sostenido de euforia y excitación que, sin llegar a desconectar a la persona de la realidad, ayuda a enfrentarse a la vida con optimismo y resolución. Todos sabemos, sin embargo, que este estado no es normal ni habitual en el común de la gente, cuyo ánimo es más o menos variable y está muy relacionado con los sucesos de cada día y su situación vital. En la hipomanía no todo es de color de rosas, pues quien la disfruta tiene el riesgo de deslizarse por la pendiente de la euforia y caer en la promiscuidad, en gastos excesivos o en otras conductas con posibles consecuencias negativas. Detrás de este estado hay normalmente un desarreglo neuroquímico con un reverso depresivo que provoca sucesivos ciclos de hipomanía y depresión. Es lo que se llamaba antes psicosis maniaco-depresiva y ahora trastorno afectivo bipolar, un problema que puede ser devastador y que, a juzgar por cómo se han disparado los diagnósticos, parece algo propio de nuestra época. (más…)

El rostro de la melancolía

Sobre las imágenes externas e internas de la tristeza

En la ciudad suiza de Lucerna hay una escultura de un león moribundo que, al decir del escritor Mark Twain, es “el trozo de piedra más triste y conmovedora del mundo”. El relieve, esculpido en la pared vertical de una montaña de roca por el artista danés Bertel Thorvaldsen en 1821, tiene una proporción de más del doble del natural y representa un león herido de muerte cuyo rostro es, efectivamente, la viva expresión del dolor y la tristeza. La escultura fue concebida para mantener viva la memoria de más de 700 mercenarios suizos que murieron defendiendo al rey Luís XVI del asalto del pueblo francés al Palacio de las Tullerías en 1792. Y lo maravilloso es que consigue su propósito con gran eficacia sin recurrir a la figura humana, concentrando todo el dolor y el abatimiento de la muerte que se avecina en el rostro de un león. Cuando el periodista Enrique G. Jordá me llevó a ver el león de Lucerna, pude apreciar que la cara abatida del animal, con los ojos entrecerrados, el ceño contraído y la boca descolgada por un pesar indescifrable, tenía una expresión genuinamente humana y su contemplación producía una vaga y acuciante melancolía. ¿Cómo puede un animal exhibir una emoción humana? ¿Cuál es el rostro de la melancolía? ¿Qué hace surgir este sentimiento? (más…)