Barreras idiomáticas

Sobre el desconocimiento de la lengua como riesgo para la salud

Algo tan intangible como es la lengua, el conocimiento de un idioma, puede representar un riesgo para la salud. ¿Acaso no tienen que ver muchos accidentes laborales y de otro tipo con las dificultades de las personas para entender las alertas y advertencias de seguridad? ¿No es cierto también que esa falta de comprensión lingüística puede impedir el acceso a información clave para la prevención de enfermedades o para recibir cuidados de salud de calidad? ¿Y que, en general, las barreras culturales y lingüísticas entre médicos y pacientes comportan una peor atención sanitaria? Probablemente todo esto sea cierto, aunque hace falta conocer con precisión la magnitud del problema. (más…)

Riesgos desproporcionados

Sobre la elevada accidentabilidad laboral de los inmigrantes

La inclusión, a partir de 2003, de la variable “nacionalidad” en las estadísticas de bajas por accidente de trabajo ha permitido obtener por primera vez en España una foto de la salud laboral de los inmigrantes. Como era de prever, los trabajadores de otros países tienen más lesiones laborales mortales y no mortales que los españoles porque, entre otras razones, suelen desempeñar trabajos más peligrosos. Pero los datos del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales reflejan una situación mucho peor de lo que cabía esperar ateniéndose a las estadísticas de otros países de nuestro entorno. En España, el riesgo que tiene un inmigrante de sufrir una lesión laboral es por lo menos cuatro veces superior al de un autóctono, y este riesgo relativo se va agrandando con la edad de los trabajadores hasta multiplicarse por 15 en el caso de los mayores de 55 años. Aunque estos riesgos deben contemplarse con la cautela que exige una primera oleada de datos, la situación real es probablemente peor, pues las estadísticas de bajas por accidente no contemplan ni a los trabajadores autónomos ni a los que integran la economía sumergida. (más…)

Cardiodurabilidad

Sobre el cálculo del riesgo cardiovascular y su prevención

A cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Este pensamiento puede rastrearse en Borges, en Leonardo de Vinci y en muchos otros hasta remontarse a los griegos, y viene a expresar de una forma más dura y provocadora la vieja idea de que la cara es el espejo del alma y que ese espejo cristaliza con el tiempo. A partir de cierta edad ­–cumplidos los 30 años, según algunos– tenemos, pues, la cara que nos merecemos. Pero no hay que recurrir al caso extremo de un rostro desfigurado para introducir una cuña de dudas en esta idea preconcebida: ¿Somos responsables de la cara que tenemos o de la que ponemos? ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestro cuerpo? ¿Responsables de su apariencia, de su mantenimiento, de sus prestaciones? ¿Y de nuestro corazón y nuestra salud? ¿Tenemos también, a partir de cierta edad, el corazón ­–en sentido físico y metafórico– que nos merecemos?

En los asuntos de la salud, hay sin duda una responsabilidad compartida entre los genes y la conducta. Conocer el propio estado de salud no modifica en absoluto esta responsabilidad compartida, pero ayuda a que uno sea más consciente de cómo puede promocionarla o empeorarla. Por lo que respecta al corazón, recientemente se ha dado a conocer en la revista Circulation el riesgo general de padecer alguna enfermedad cardiovascular durante toda la vida. Esto es algo que ya se había calculado para el cáncer (el 45% de los hombres y el 38% de las mujeres tendrá un cáncer a lo largo de su vida), pero según la American Heart Association es la primera vez que se hace esta estimación global en cardiología. Según estos cálculos, a los 50 años el riesgo de tener una enfermedad cardiovascular (infarto, ictus, insuficiencia coronaria, etc.) hasta los 95 años es del 51,7% para los hombres y del 39,2% para las mujeres; como antes de los 50 estas dolencias son raras, el riesgo a esta edad es una buena aproximación al riesgo durante toda la vida. Pero el hallazgo más interesante es la constatación de que la ausencia de factores de riesgo cardiovascular (tabaquismo, diabetes, hipertensión e hipercolesterolemia) a los 50 significa prácticamente una abolición del riesgo de sufrir una dolencia grave del corazón y las arterias durante el resto de la vida: sólo un 5,2% de los hombres y un 8,2% de las mujeres que llegan a la cincuentena sin factores de riesgo tendrán una enfermedad cardiovascular. En cambio, los hombres y mujeres con dos o más factores a esa edad  tienen, respectivamente, un riesgo del 68,9% y del 50,2%. En términos de supervivencia, tener o no tener factores de riesgo a los 50 acorta las expectativas de vida unos 11 años.

La gran lección de este ejercicio de prospectiva cardiovascular es que la suerte del corazón está echada en buena medida a los 50 y que, por tanto, habría que empezar a promocionarla mucho antes. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que la salud no se puede reducir a un algoritmo matemático y que no depende sólo, ni mucho menos, de la cardiodurabilidad.

Riesgos y azares

Sobre la intuición y el cálculo de probabilidades

El componente emocional del cerebro, tan reconocido en los últimos tiempos por su importancia en la toma de decisiones, no es muy de fiar para valorar riesgos y actuar en consecuencia. En general, las personas no sopesamos bien los riesgos a los que podemos estar expuestos. La mayoría de la gente cree tener mejor salud que la media de la población, lo cual no deja de ser un contrasentido estadístico; los fumadores empedernidos suelen subestimar su riesgo cardiovascular o de cáncer de forma más acusada que los fumadores moderados; los conductores que realizan a diario maniobras peligrosas o los deportistas de riesgo tampoco parecen ser muy conscientes, al menos mientras actúan, de las probabilidades reales que tienen de sufrir un accidente. (más…)