Cardiodurabilidad

Sobre el cálculo del riesgo cardiovascular y su prevención

A cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Este pensamiento puede rastrearse en Borges, en Leonardo de Vinci y en muchos otros hasta remontarse a los griegos, y viene a expresar de una forma más dura y provocadora la vieja idea de que la cara es el espejo del alma y que ese espejo cristaliza con el tiempo. A partir de cierta edad ­–cumplidos los 30 años, según algunos– tenemos, pues, la cara que nos merecemos. Pero no hay que recurrir al caso extremo de un rostro desfigurado para introducir una cuña de dudas en esta idea preconcebida: ¿Somos responsables de la cara que tenemos o de la que ponemos? ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestro cuerpo? ¿Responsables de su apariencia, de su mantenimiento, de sus prestaciones? ¿Y de nuestro corazón y nuestra salud? ¿Tenemos también, a partir de cierta edad, el corazón ­–en sentido físico y metafórico– que nos merecemos?

En los asuntos de la salud, hay sin duda una responsabilidad compartida entre los genes y la conducta. Conocer el propio estado de salud no modifica en absoluto esta responsabilidad compartida, pero ayuda a que uno sea más consciente de cómo puede promocionarla o empeorarla. Por lo que respecta al corazón, recientemente se ha dado a conocer en la revista Circulation el riesgo general de padecer alguna enfermedad cardiovascular durante toda la vida. Esto es algo que ya se había calculado para el cáncer (el 45% de los hombres y el 38% de las mujeres tendrá un cáncer a lo largo de su vida), pero según la American Heart Association es la primera vez que se hace esta estimación global en cardiología. Según estos cálculos, a los 50 años el riesgo de tener una enfermedad cardiovascular (infarto, ictus, insuficiencia coronaria, etc.) hasta los 95 años es del 51,7% para los hombres y del 39,2% para las mujeres; como antes de los 50 estas dolencias son raras, el riesgo a esta edad es una buena aproximación al riesgo durante toda la vida. Pero el hallazgo más interesante es la constatación de que la ausencia de factores de riesgo cardiovascular (tabaquismo, diabetes, hipertensión e hipercolesterolemia) a los 50 significa prácticamente una abolición del riesgo de sufrir una dolencia grave del corazón y las arterias durante el resto de la vida: sólo un 5,2% de los hombres y un 8,2% de las mujeres que llegan a la cincuentena sin factores de riesgo tendrán una enfermedad cardiovascular. En cambio, los hombres y mujeres con dos o más factores a esa edad  tienen, respectivamente, un riesgo del 68,9% y del 50,2%. En términos de supervivencia, tener o no tener factores de riesgo a los 50 acorta las expectativas de vida unos 11 años.

La gran lección de este ejercicio de prospectiva cardiovascular es que la suerte del corazón está echada en buena medida a los 50 y que, por tanto, habría que empezar a promocionarla mucho antes. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que la salud no se puede reducir a un algoritmo matemático y que no depende sólo, ni mucho menos, de la cardiodurabilidad.

Los porqués

Sobre los motivos de la dedicación al arte y la ciencia

La pasión por el trabajo, su carácter imperativo y la necesidad interior son algunas de las notas características de los quehaceres científico y artístico. Cuando se pregunta a artistas y científicos por qué hacen lo qué hacen o qué les ha llevado a esta dedicación, las respuestas pueden ser más o menos sinceras o peregrinas, pero en general remiten a una suerte de imperiosa necesidad y auténtica vocación que se convierte en una forma de ser y estar en el mundo. En 1985, el diario francés Libération editó un suplemento especial con la respuesta de 400 escritores de 80 países y en 28 lenguas diferentes a la pregunta: ¿Por qué escribe usted? “Lo ignoro”, respondió el lacónico Juan Rulfo. “Para que mis amigos me quieran más”, dijo Gabriel García Márquez. “Si lo supiera, no escribiría”, afirmó Juan Goytisolo. “Empecé a escribir porque quería ser  alto, rico y guapo”, ironizó Manuel Vázquez Montalbán. “Para que me quieran más y, francamente, porque creo que es el único medio que tengo de ser útil en esta vida”, reconoció Alfredo Bryce Echenique. El portugués José Saramago respondió: “Porque he estado callado durante mucho tiempo”, mientras que el chileno José Donoso dijo: “Escribo para saber por qué escribo”. Para Jorge Luis Borges la razón de escribir era “para responder a una urgencia, a una necesidad interior”. Otros muchos, sin distingos de lengua o nacionalidad, aludían al amor, a la satisfacción de escribir, a una forma de evitar la muerte, a una vía de conocimiento, a un imperativo de la conciencia y otras distintas razones, que el español Luis Goytisolo condensaba así: “Para ser, para conocer. Para conocerme a mí mismo a través de la escritura, para conocer el mundo a través de mí mismo”. (más…)