Congresitis

Sobre el impacto de las comunicaciones en congresos

En los congresos internacionales se presentan infinidad de trabajos de muy diverso interés y se debaten no pocas cuestiones. También se hacen relaciones, promociones y otras actividades propias de la condición humana y consecuentes con la actual concepción de la salud y la medicina. Y todo ello de forma multilateral, con la participación de médicos, investigadores, pacientes, laboratorios, universidades, revistas, sociedades científicas y otros actores del gran escenario de la salud. El eco informativo que tienen estos eventos en los medios de comunicación suele ser importante y cuajado de noticias alentadoras, aunque se sabe que no todo lo que se avanza en estos foros ­(a menudo, estudios preliminares­ presentados en comunicaciones orales) y que salta inmediatamente a la prensa acaba siendo probado. La provisionalidad de algunos trabajos ha quedado patente tras comprobarse –en un estudio con la prensa de EE UU, publicado en JAMA en 2002– que sólo el 24% de las comunicaciones que tuvieron eco en los medios eran ensayos clínicos, mientras que el 21% eran estudios con menos de 30 personas y el 16% se realizaron con animales. Además, en los tres años posteriores a la reunión científica, sólo la mitad de los trabajos habían sido publicados en revistas de prestigio, mientras el 25% seguía sin publicar y, por tanto, sin debatir en la comunidad médica. Como no es difícil de imaginar, todo este proceso de publicitación de estudios preliminares presentados en congresos genera enormes expectativas ante los nuevos hallazgos y descubrimientos. Pero también, no pocos problemas y frustraciones por las expectativas que luego no se cumplen.

El impacto de las noticias de congresos aireadas por los medios de comunicación puede incluso modificar el tratamiento de los pacientes. El posible beneficio de un nuevo tratamiento puede llegar a forzar su uso antes de que su eficacia haya sido demostrada en un ensayo clínico y su indicación aprobada por las autoridades reguladoras. Aunque no deja de ser una anomalía, esta situación se ha dado en oncología, como muestra un estudio que se publica en el número del 15 de marzo de 2006 del Journal of the National Cancer Institute. Los autores han podido corroborar que el uso de los taxanos como terapia coadyuvante del cáncer de mama con ganglio positivo aumentó paulatinamente tras un estudio preliminar presentado en el congreso de 1998 de la American Society for Clinical Oncology, antes de que el estudio fuera publicado y la FDA aprobara su uso más de un año después del congreso. En este caso, el ensayo clínico acabó por confirmar los datos preliminares y la anticipación del tratamiento resultó beneficiosa. Pero, ¿en cuantas otras ocasiones no ocurre así? Los congresos médicos tienen su razón de ser como foro de discusión, vivero de ideas y punta de lanza de la investigación, pero ofrecer una información que no sea ponderada y consecuente con la liviandad de las pruebas científicas que aporta un estudio preliminar es caer en una congresitis que a la postre no beneficia a nadie.

El ruido y la fibra

Sobre las recomendaciones dietéticas contra el cáncer

Tras años de grandes expectativas científicas y de mensajes que tronaban como órdenes para la población, parece que la hipótesis de la fibra en la prevención del cáncer se viene abajo. Aunque la última palabra nunca está dicha, la dieta rica en fibra no parece prevenir el cáncer colorrectal. La contundencia del metaanálisis publicado en el número del 14 de diciembre de 2005 del JAMA (Dietary fiber intake ans risk of colorectal cancer: a pooled analysis of prospective cohot studies) arroja una sombra de duda importante sobre la recomendación de tomar fibra para prevenir este tipo de tumores. Algunas revisiones recientes ya lo venían avisando (“no hay pruebas de los ECA que sugieran que una mayor ingesta de fibra dietética reduzca la incidencia o recurrencia de pólipos adenomatosos en un período de dos a cuatro años”, se decía en una revisión Cochrane de 2002), y este metaanálisis añade ahora una nueva prueba basada en 13 estudios prospectivos, que incluyen más de 725.000 personas y más de 8.000 casos de cáncer colorrectal. (más…)

Duelos y quebrantos

Sobre la biomedicina de la depresión y otras penas

El concepto de salud como bienestar integral de la persona no acaba de cuadrar del todo con la presencia abrumadora de ciertas emociones. Sabido es que el miedo, la agresividad o el deseo sexual, entre otros estados emocionales, se cuentan entre las propiedades más antiguas del cerebro humano, desarrolladas en una larga travesía filogenética. Desde un punto de vista evolutivo, las emociones parecen desempeñar una función biológica esencial en la supervivencia del individuo y de la especie. En los hombres, y quizá en otros animales evolucionados, las emociones (corporales) se acompañan además de sentimientos (mentales) que irrumpen en la conciencia, ese refinado teatro de operaciones donde se anticipa la acción. No es nada fácil describir todo este complejo universo emocional, aunque en nuestra cultura judeocristiana se han caracterizado muy bien algunos de estos estados emocionales, los llamados “pecados capitales” (ira, orgullo, pereza, lujuria,  avaricia, pereza y gula) y las “virtudes cardinales” (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Con todo, al diseccionar los diversos sentimientos y emociones que experimentamos, desde el miedo hasta el amor o la envidia, siempre aparecen en distintas proporciones dos ingredientes esenciales: el dolor y el placer. Así pues, podríamos clasificar el conjunto de los estados emocionales en torno a dos polos, el positivo (placer) y el negativo (dolor o sufrimiento). Como quiera que la medicina se ha caracterizado por su lucha contra el dolor y el sufrimiento, en cierto modo siempre ha tenido en su punto de mira todas estas emociones negativas que causan displacer. En los últimos tiempos, el enfoque se ha agudizado hasta tal punto que se empieza a considerar la salud como un estado en el que no existe el dolor y el sufrimiento. (más…)

Números que cantan

Sobre las disparidades estadísticas en los estudios médicos

El factor humano es la sal gorda de la investigación, lo que redime a la ciencia de su avance de sorda apisonadora. Dos y dos no son siempre cuatro gracias al factor humano. ¿Cómo si no puede explicarse que dos grupos de investigadores lleguen a conclusiones diferentes sobre un mismo asunto? Podemos decir, por resumir, que es una cuestión de metodología, pero las innumerables variables que pueden influir en el curso y las conclusiones numéricas de un estudio tienen mucho que ver con la personalidad del investigador, sus prejuicios, su salud, su relación vital con el asunto que investiga, su autoestima, su competitividad, su ética profesional y otras menudencias y menudillos del yo. Cuando todo esto queda reducido a números redondos, gracias a la ingeniería estadística, lo mismo puede haber encuentros que desencuentros numéricos.

Las estadísticas sobre la obesidad son, en este sentido, muy ilustrativas. El pasado 20 de abril, el Journal of the American Medical Association (JAMA) publicaba un artículo tan polémico como consistente –estaba realizado por investigadores de los Centros para el Control de Enfermedades (CDC) y el Instituto Nacional de Cáncer (NCI) de EE UU–, que indicaba que las personas que tienen cierto sobrepeso sin llegar a ser obesas tienen menor riesgo de muerte que las que tienen un peso normal. Los datos significaban sin duda un alivio para mucha gente, no sólo en EE UU y ya fueran ciudadanos corrientes o investigadores, pues quien más quien menos tiene unos kilos de más. El estudio venía además a aligerar la pesada carga de mortalidad atribuida al sobrepeso y la obesidad 13 meses después de que otros investigadores del CDC anunciaran que la obesidad y el sobrepeso causaban en EE UU 400.000 muertes de más, aunque luego echaron mejor las cuentas y redujeron esta cifra a 365.000. El estudio del JAMA mostraba una realidad bien distinta: la obesidad origina 112.000 muertes de más, pero el sobrepeso previene unas 86.000; total, que el saldo neto anual de muertes de más por exceso de peso es de sólo 26.000. Un mes después, investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard y la Sociedad Americana del Cáncer (ACS) han rebatido estas cifras con otros muchos estudios que muestran claramente que a más peso hay más enfermedades cardiovasculares, más cáncer y mayor tasa de mortalidad.  Ya lo avisó Donna Stroup, directora del Centro de Coordinación de Promoción Sanitaria de los CDC: “Contar muertes no es una ciencia exacta”.

Los muertos o los gordos hace tiempo que ya no se cuentan de uno en uno, con los dedos de una mano, y por eso las cuentan no siempre salen. La ventaja de las estadísticas es que sus cálculos dan mucho más juego y permiten anticipar, por ejemplo, que en 2058 el 100% de los adultos tendrá sobrepeso si seguimos al ritmo actual y no cambian las políticas sanitarias y las conductas individuales. Las políticas sanitarias –como todas las políticas– son o deberían ser una cuestión de números. Pero, ¿de qué números hay que fiarse?

Empatía clínica

Sobre la identificación emocional del médico con el enfermo

La capacidad de compartir emociones parece ser algo genuinamente humano y una de las bases de la cooperación social que nos ha permitido el desarrollo como especie. Al decir de los neurocientíficos, la empatía nos permite entender los sentimientos de otras personas no sólo porque nuestro cerebro puede adoptar su perspectiva, sino porque además tenemos la vivencia de dichos sentimientos. Por si no bastara con el cine como banco de pruebas, en experimentos con resonancia magnética funcional se ha podido comprobar que podemos revivir las alegrías, tristezas y desesperaciones de los demás con sólo verles la cara. En el acto médico, la empatía con el enfermo es un aspecto esencial, un ingrediente importante para el proceso de curación. Esto es algo bien sabido desde antiguo, pero ahora lo ha venido a subrayar el presidente del consejo directivo del American College of Physicians, Eric B. Larson, apuntando un método eficaz para que los médicos consigan mayor empatía con sus pacientes. Lo que este internista y director del Center for Health Studies de la University of Washington en Seattle (EE UU) sugiere a los médicos es que consideren la empatía como un trabajo emocional poco menos que obligatorio, y propone para ello un método basado en la interpretación teatral. (más…)