Ruido de bits

Sobre la explosión de información y el boca a boca digital

[divider_flat] En un quiosco bien surtido hay probablemente mucha más información de la que una persona medianamente instruida sería capaz de asimilar en toda su vida. Ciencia, arte, historia, literatura, viajes, política, cocina, música, cine, informática… No hace falta pesarla o traducirla a bits de información: son demasiados. La edición dominical de un periódico como The New York Times contiene, según Ignacio Ramonet, más información de la que una persona culta del siglo XIX consumía en toda su vida. Y no digamos ya su edición electrónica, que se amplía a lo ancho y a lo largo por todo su archivo digital hasta alcanzar un espesor de bits imposible de digerir. La información es tan excesiva que si nos dejáramos impresionar por su desmesura podríamos ser víctimas de algo análogo al síndrome de Stendhal causado por la exposición a una sobredosis de belleza en el arte. La cuestión es cómo defenderse de este exceso de información, de ese 99,99% (quién sabe cuántos nueves más habría que añadir) que no nos interesa. (más…)

Breves

Sobre los riesgos de la brevedad en la información médica

La concisión es uno de los principales mandatos de la información periodística. No se trata sólo de una limitación de espacio (en la prensa) o de tiempo (en la televisión o la radio), sino que es también una cuestión de respeto al lector u oyente. Aunque en internet desaparece este corsé espaciotemporal, lo bueno si breve también es doblemente bueno en periodismo. Sin embargo, la brevedad impone un precio y tiene un límite. Esto es especialmente cierto en la información  médica. El precio de la concisión es la insuficiencia, es decir la falta de información contextual relevante; en cuanto al límite, es algo arbitrario y difícil de establecer, como todas las fronteras artificiales, pero ha sido fijado en torno a las 300 palabras para las informaciones que tienen que ver con la prevención de la enfermedad o con los procedimientos terapéuticos o diagnósticos. Los análisis de la calidad informativa de centenares de noticias de salud y medicina que realiza desde hace años el proyecto Health News & Review, de la Foundation for Informed Medical Decision Making, indican que las informaciones que tienen entre 100 y 300 palabras suelen ser incompletas y, por tanto, confusas para el lector. Las valoraciones de Health News & Review sobre las noticias médicas de los 50 principales periódicos de Estados Unidos, además de las cadenas de televisión ABC, CBS y NBC, la agencia Associated Press y las revistas semanales Time, Newsweek y U.S. News & World Report, son todo un alegato contra ese subgénero periodístico que son los “breves”.

Cualquier afirmación sobre la eficacia de un procedimiento diagnóstico o terapéutico no se puede despachar con un titular y un texto breve. Por más que las afirmaciones que sustentan el artículo en cuestión sean ciertas, todas las medidas para el control, tratamiento o prevención de una enfermedad tienen sus luces y sus sombras, sus pros y sus contras, sus efectos beneficiosos y sus efectos indeseados o perjudiciales, sus costes económicos y humanos y, en definitiva, sus limitaciones. Las novedades deben ser, además, puestas en su contexto: hace falta presentar el estado de la cuestión, con unos mínimos antecedentes y un poco de perspectiva, informar de la disponibilidad del procedimiento y dar otros detalles importantes. Los lectores, y en general las audiencias de la información médica y de salud, son potenciales enfermos y usuarios de los servicios sanitarios que, con mayor o menor frecuencia, deben tomar decisiones sobre la gestión de su salud o la de sus familiares y el manejo de sus eventuales enfermedades. Pero para tomar decisiones acertadas hay que disponer, en primer lugar, de buena información, y en este sentido los medios de comunicación tienen una función importante. Aunque pueden aportar respuestas a las dudas informativas de los ciudadanos, estas respuestas médicas nunca son universales porque los problemas de salud son individuales. Y toda esta necesidad de matices y datos es lo que hace que la brevedad, al menos en la información médica, esté reñida con la calidad y la utilidad.

Participación

Sobre la colaboración ciudadana en la información de salud

[divider_flat] El mundo de la medicina y de la información médica no va a permanecer ajeno mucho tiempo a las posibilidades de la web 2.0. Los nuevos usos de esta internet de segunda generación, centrados en la participación de los usuarios para diseñar una red de servicios a la medida de sus necesidades, pueden introducir un positivo factor corrector en algunas de las disfunciones que aquejan a la información de salud y, en general, a la relación de los ciudadanos con la medicina. Si los usuarios han empezado a tomar internet con sus vídeos, sus fotografías y sus blogs, definiendo nuevos espacios de creación e información, abriendo canales de participación, desafiando a los poderes establecidos y mostrando la influencia de las organizaciones abiertas, desjerarquizadas y autorreguladas, ¿por qué no van a infiltrarse también en el rígido y atrincherado territorio de la medicina? (más…)

La fórmula de la U

Sobre la utilidad de la información médica y su estimación

El volumen de la información médica crece a un ritmo de 40.000 nuevos artículos semanales. Poco importa que sean unos cuantos miles más o menos, si lo cierto y terrible es que bien se puede tardar media hora en leer sólo uno. Esto es desesperante, frustrante, estresante. Y sobre todo, poco útil. Se mire como se mire, el sistema en su conjunto fracasa al hacer llegar al médico la información que le interesa. La inmensa mayoría de lo que se publica no le es útil, y lo poco que sí le sería de interés está escondido y no siempre es fácilmente accesible. La cuestión clave a la que le dan vueltas los editores y manipuladores varios de la información médica es cómo localizar, clasificar y poner al alcance del médico la información útil. En los últimos años, siguiendo la brecha abierta por la medicina basada en la evidencia y aprovechando las posibilidades que ofrece internet, se han desarrollado numerosas iniciativas para intentar dar respuesta a este problema. Pero está claro que su solución está todavía muy lejos. Basta aplicar una sencilla fórmula para percatarse de la complejidad del problema.

David Slawson y Allen Shaughnessy, dos profesores de medicina de familia de la Universidad de Virginia de Estados Unidos, son los autores de una fórmula para calcular y comparar la utilidad de la información médica. Según esta fórmula, la utilidad  (U) es directamente proporcional a la validez de la información (V) y su interés o relevancia (R), e inversamente proporcional al  trabajo (W) empleado en acceder a esa información. Richard Smith, director del British Medical Journal (BMJ) y uno de los principales divulgadores de esta fórmula, añade en el dividendo el concepto de interactividad (I), pues como bien dice la utilidad de la información aumenta con la capacidad de interactuar con la fuente de información y hacerle nuevas preguntas.

Si pasamos por el tamiz de esta fórmula (U = V x R x I / W)  a tres de las principales fuentes de información médica, como son los artículos de las revistas médicas, los libros de texto y las consultas a los colegas, resulta que la utilidad de la información es, en términos generales, baja, media y alta, respectivamente. Los artículos de revista, aun siendo válidos, raramente son relevantes para un clínico, y además cuesta mucho trabajo leerlos y no pueden ser interrogados. Por su parte, los libros de texto, aunque en teoría son fáciles de consultar y supuestamente contienen información relevante, ésta es menos válida y actual que la de las revistas y tampoco son interactivos. Sólo los colegas bien informados pueden ofrecer a la vez información válida y relevante, son fácilmente accesibles y permiten ser interrogados. Mientras no se invente nada mejor, los colegas resultan a la postre la fuente de información más útil, como corroboran cada día las consultas de pasillo y las sesiones clínicas. Ahora bien, ¿quién nos garantiza que un colega esté bien informado? ¿Y cómo demonios se las apaña para estarlo?