Cara y cruz

Sobre el abordaje médico de las desfiguraciones faciales

En The Lancet de la primera semana de julio de 2006 han venido a coincidir dos caras bien distintas de la medicina, ambas referidas a las desfiguraciones faciales y su abordaje. La primera es la descripción y valoración técnica (médica, quirúrgica, psicológica y ética) del primer trasplante parcial de cara realizado en Lyon (Francia) hace ahora siete meses; la segunda es un informe sobre los devastadores efectos de la estomatitis gangrenosa o noma, una enfermedad de la pobreza que deja sin vida o sin rostro a 140.000 niños cada año, pero que puede ser prevenida con unas cuantas medidas sencillas y bien conocidas. Las fotos que ilustran ambos temas tienen en común el espanto de la mutilación facial, ya sea causada por las mordeduras de un perro o por los mordiscos de la gangrena; pero mientras en el caso de la mujer de Lyon hay un antes y un después esperanzador, la desfiguración facial de los pobres es el rostro de la miseria y la ausencia de futuro, la imagen en carne viva de la medicina tercermundista que llega tarde o no llega.

El noma, una infección infantil oportunista promovida por las condiciones de desnutrición, falta de higiene y extrema pobreza, es conocido desde la Antigüedad (cancrum oris lo llamó Hipócrates). Suele aparecer en niños de 1-4 años de la mano de infecciones como la rubéola o la tuberculosis, y evoluciona enseguida hacia una gangrena que destroza rápidamente los labios, la boca, la mandíbula y los músculos y tejidos adyacentes. Prácticamente desapareció de Europa a finales del siglo XIX con la generalización de las medidas higiénicas sanitarias básicas; no obstante, reapareció en Auschwitz y otros campos de concentración, y más recientemente en algunos pacientes de sida muy inmunodeprimidos. Actualmente se da en todos los países subdesarrollados, pero sobre todo en los países más pobres del África subsahariana. En el noroeste de Nigeria hay una tasa anual de 6,4 casos por cada mil niños, una incidencia insoportable habida cuenta que el 79% de los niños muere por la enfermedad y el resto queda monstruosamente deformado y limitado funcionalmente. Aunque la OMS señaló al noma como una de las prioridades de salud, todavía menos del 10% de los niños afectados recibe atención médica durante la fase aguda de la enfermedad. Su prevención no sería difícil, pero exige campañas informativas a los padres, vacunaciones infantiles, buena nutrición y otras medidas que no llegan a los más desfavorecidos.

En contraste con esta situación, el trasplante de cara se presenta como la última frontera de la medicina para solucionar los trastornos estéticos, funcionales y psicológicos de las desfiguraciones del rostro. El informe favorable –en términos de sensibilidad, apariencia y aceptación del paciente– que publica The Lancet sobre la evolución del injerto a los cuatro meses de su realización muestra que esta puede ser una opción real para otros casos similares. Pero, obviamente, no para los miles de niños desfigurados por el noma.

Dualistas y monistas

Sobre el problema cuerpo-mente y la nueva psicobiología

Descartes no pasa ahora por un buen momento. La separación cartesiana entre cuerpo y mente, entre materia y espíritu, es negada una y otra vez por los científicos. Uno de los más notables en el área de la neurobiología, el portugués Antonio Damasio, publicó en 1994 un libro de título inequívoco: El error de Descartes, en el que atribuía al filósofo francés el desatino de separar las operaciones mentales de la estructura del organismo y, como consecuencia, que el razonamiento y el juicio moral pueden existir separados del cuerpo, una idea que ha impregnado el pensamiento y la cultura occidentales durante siglos. En la medicina, por ejemplo, la distinción entre enfermedades orgánicas y mentales, representó un cambio del rumbo organicista marcado por Hipócrates hacia un dualismo radical. Pero hoy Descartes es refutado hasta por los estudiosos de la toma de decisiones, como Paul Slovic, director del Decision Research Center, que en sintonía con Pascal asegura que “separar la razón de los sentimientos no es aconsejable y, además, es imposible”, o el propio Damasio, para quien “la toma de decisiones correcta exige tres elementos: emoción, conocimiento y razón, que deben manejarse en equilibrio”.

Corren, pues, malos tiempos para Descartes y los dualistas. El nuestro es un tiempo marcadamente materialista, de un monismo materialista liderado por las ciencias que proclama que todos los fenómenos mentales, desde los sueños a la libertad, sólo son funciones de la materia corporal. Sin embargo, ahora es posible repensar el viejo problema cuerpo-mente a la luz de nuevas ideas y nuevos datos aportados por las ciencias y reflexionar sobre las flaquezas del reduccionismo materialista, como apunta Vicente Simón, del Departamento de Psicobiología de la Universidad de Valencia en un sugerente capítulo del libro Psicobiología. De los genes a la cognición y el comportamiento (Ariel, 2005). En esta obra colectiva, coordinada por Ignacio Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, participan una treintena de autores españoles para perfilar algunos de los grandes temas de la psicobiología, un área en el que convergen genética, etología, biología molecular, psicología y neurofisiología, entre otras diciplinas, pero también de la antropología y la filosofía. ¿Qué es la mente y cómo nos hace inteligentes y sociales? ¿Por qué algunos niños tienen problemas para aprender a leer? ¿Qué nos hace violentos? ¿Qué sabemos del dimorfismo sexual del cerebro? Estas son algunas de las preguntas a las que responde este libro que viene a demostrar que la psicobiología española también existe.