Lo más nuevo no siempre es mejor

Sobre la ineficacia de muchos de los nuevos y caros fármacos contra el cáncer

Lo más nuevo no es necesariamente mejor, aunque suele resultar más caro. En el caso de los nuevos medicamentos contra el cáncer, la constatación de la veracidad de esta afirmación resulta demoledora para los sistemas sanitarios públicos, para los pacientes con cáncer y sus familias, para los médicos, para el sistema regulador de los fármacos, para la investigación biomédica y para la sociedad. Para todos excepto para la “industria del cáncer” (las compañías farmacéuticas y todo su entorno que obtiene algún beneficio económico o profesional). El tratamiento medio anual con un medicamento contra el cáncer cuesta 85.000 euros (100.000 dólares) por paciente. Teniendo en cuenta la población potencialmente afectada (casi la mitad de los hombres y más de la tercera parte de las mujeres sufrirán un cáncer a lo largo de su vida), no hay que hacer cálculos complejos para ver que esto es insostenible. Pero lo peor es que siguen saliendo nuevos y más caros fármacos al mercado, que la mitad ellos no funciona y que, en el mejor de los casos, aportan un beneficio clínicamente insignificante.
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El efecto nocebo en la consulta

Sobre el valor de la comunicación clínica para gestionar los efectos adversos

Las expectativas que tienen los pacientes sobre los efectos beneficiosos y perjudiciales de los tratamientos pueden jugar un papel relevante en el proceso terapéutico. Los médicos conocen bien el efecto placebo y son conscientes de que deben gestionarlo lo mejor que puedan, pero no ocurre lo mismo con su opuesto: el llamado efecto nocebo. La influencia negativa de las expectativas sobre los efectos secundarios de una intervención médica ha sido mucho menos estudiada y tenida en cuenta, pero este efecto nocebo es tan real como el placebo y merece por tanto la misma atención por parte del médico. (más…)

Evidencias y realidad clínica

Sobre las insuficiencias científicas de la psiquiatría y la psicofarmacología

De vez en cuando, alguna autoridad médica nos recuerda que la psiquiatría científica está todavía muy poco desarrollada en comparación con otras disciplinas y que esto facilita enfoques e intervenciones con escaso fundamento científico. El psiquiatra Joel Paris puso el dedo en la llaga en 2013 con su libro Fads and Fallacies in Psychiatry, y lo volvió a hacer en 2015, con su nuevo libro Overdiagnosis in Psychiatry: How Modern Psychiatry Lost Its Way While Creating a Diagnosis for Almost All of Life’s Misfortunes. La crítica de Paris, profesor de Psiquiatría en la prestigiosa Univeridad McGill (Montreal, Canadá), se centra en los excesos diagnósticos (en la depresión y el trastorno bipolar, entre otros) y terapéuticos, que pueden resultar perjudiciales para los pacientes. (más…)

Más y mejor

Sobre los fármacos para la superación y el bienestar

Del libro Trescientos medicamentos para superarse física, sexual e intelectualmente ya casi nadie se acuerda. Irrumpió de forma polémica en España a finales de 1989 y, si no fuera por las hemerotecas, casi podría decirse que nunca existió. A primera vista no hay ni rastro de él en internet y tampoco es fácilmente visible en la Agencia Española del ISBN del Ministerio de Cultura, donde figura escondido con un nombre equivocado, Trecientos medicamentos para superarse psíquicamente…. Pero la obra, traducida del francés y adaptada por médicos anónimos a la farmacopea española, fue un auténtico éxito de ventas, aunque ya solo se encuentra en los circuitos del libro usado. Planteaba una cuestión que tiene que ver con el doping pero que va más allá: el uso de los medicamentos que se pueden obtener en las farmacias para superar las propias capacidades y las limitaciones impuestas por la biología y las condiciones personales. En los 17 años transcurridos desde su publicación, el panorama ha cambiado de forma considerable: no sólo se han perfeccionado los métodos de dopaje en el deporte, sino que se han puesto al alcance del consumidor algunos fármacos realmente novedosos que permiten acariciar la idea de una cierta felicidad por vía farmacológica. Basta pensar en un solo fármaco, el sildenafilo o Viagra, para percatarse de hasta qué punto algunos medicamentos han superado la barrera puramente terapéutica para convertirse en un producto de consumo y de uso recreativo.

Entre los medicamentos esenciales de la OMS, destinados a tratar las principales enfermedades que afectan a las personas de todo el mundo, y la pastilla azul para potenciar la respuesta sexual o la toxina botulínica para quitar las arrugas, se extiende un amplio muestrario de sustancias con propiedades e indicaciones muy diversas. En un extremo están los medicamentos exclusivos para enfermedades y en el otro, los que pueden ser utilizados para tratar condiciones de la vida corriente que han sido medicalizadas o farmacologizadas, como pueden ser la tristeza o el envejecimiento. Los primeros podrían considerarse fármacos de línea blanca y los segundos encajarían en la denominación de medicamentos del bienestar, una categoría más difusa y sofisticada destinada a todo aquello que a la gente le gustaría poder remediar con pastillas para sentirse mejor, desde la calvicie hasta la fobia social, desde la celulitis a la falta de energía. Mientras en los países más pobres escasean los medicamentos esenciales, en las sociedades desarrolladas la demanda de medicamentos para mejorar el propio estado de bienestar físico, mental y social no ha hecho más que empezar. Ya hay están en fase de investigación numerosas sustancias para potenciar la memoria y la inteligencia, pero vendrán otras muchas para expandir nuestras capacidades que sin duda tendrán infinidad de adeptos. Así las cosas, se hace necesario distinguir entre un tipo y otro de medicamentos, porque sus implicaciones médicas, sanitarias, económicas e incluso éticas se antojan bien distintas.

Completitud

Sobre la necesidad de noticias médicas completas

El creciente protagonismo de los ciudadanos en el gobierno de su salud y su enfermedad también empieza a tener consecuencias en la información médica. Como quiera que los pacientes pueden llegar a tomar importantes decisiones sobre su salud a partir de las noticias de los medios de comunicación, la calidad de la información es un asunto esencial de la ética profesional y en la toma de decisiones de los enfermos. Ante esta necesidad, se está perfilando un movimiento para evaluar la calidad de las noticias médicas que sirva a la vez para orientar a los pacientes y para promover la excelencia periodística. Si el abc del periodismo es la veracidad, la imparcialidad y la independencia, hay un valor adicional que es más fácil de medir y que en cierto modo resume las exigencias de rigor, equilibrio y ponderación: la completitud. Para valorar cualquier avance médico o terapéutico, la información ha de ser lo bastante completa y ponderada. Con la idea de medir el rigor, la ponderación y la completitud de las noticias de salud, especialmente las referidas a tratamientos y otros procedimientos médicos, algunos proyectos, como el autraliano Media Doctor, de The Newcastle Institute of Public Health, o el Health News Review Project, de la Foundation for Informed Medical Decision Making de EE UU, han puesto en marcha un sistema normalizado de evaluación basado en una decena de criterios. Son estos: 1) Novedad: la información debe dejar claro si se trata de un tratamiento novedoso, si se trata de una reformulación de una vieja idea o si es un tratamiento antiguo. 2)  Disponibilidad: debe especificarse si se trata de un tratamiento comercializado o si es una terapia experimental. 3) Cuantificación del beneficio en términos absolutos y relativos, pero nunca sólo en valores relativos. 4) Mención de las alternativas disponibles: deben explicarse cuáles son las alternativas disponibles y sus ventajas e inconvenientes. 5) Mención de la calidad de las pruebas, pues el peso de las evidencias de una revisión sistemática o de un ensayo clínico es bien diferente al de un pequeño estudio observacional. 6) Mención de los efectos indeseados. 7) Uso de fuentes diversas e independientes, aparte de los autores de la investigación. 8) Contextualización más allá del comunicado de prensa que difunde un estudio.  9)  Mención de los costes comparativos del tratamiento. 10) No favorecer la medicalización ni lo que se ha dado en llamar disease mongering o promoción de enfermedades, mediante la exageración de las tasas de incidencia o prevalencia, la confusión de un factor de riesgo con una enfermedad y otros procedimientos. Cumplir todos estos requisitos es, sin duda, un enorme desafío para los periodistas médicos, pero es la mejor garantía de que su trabajo es responsable y útil para los ciudadanos. Si la información médica no es rigurosa, ponderada y completa, más vale no hacerla, porque interfiere con el acto médico y además lo que consigue no es informar, sino desinformar.