Alfabetización determinante

Sobre la educación médico-científica como determinante social de la salud

Con las encuestas siempre se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío, aunque a veces ni siquiera muestran el vaso que dicen mostrar, sino otra cosa. La recién publicada novena encuesta sobre percepción social de la ciencia de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) nos dice, por ejemplo, que cuatro de cada cinco españoles (80,4%) lee los prospectos de los medicamentos antes de usarlos, pero uno de cada cinco no los lee; y que mientras cuatro de cada cinco (78,3%) tienen en cuenta la opinión del médico al seguir una dieta, hay una quinta parte que no la tiene en cuenta. Con estos y otros datos se trata de estimar la alfabetización médico-científica de la población, pero las encuestas, aunque ofrecen datos interesantes, suelen dar una aproximación limitada a esta cuestión. Y resultan claramente insuficientes para abordar un asunto clave: en qué medida la alfabetización médico-científica influye en las decisiones sobre la propia salud.

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Decisiones de salud

Sobre las fórmulas para fomentar la alfabetización en salud y el pensamiento crítico

Cuando queremos nombrar las principales amenazas para nuestra salud, enseguida pensamos en el tabaquismo, las malas dietas, la falta de ejercicio físico y otros hábitos poco saludables. Si ampliamos un poco el foco, reparamos en la importancia que tienen los factores sociales, como los recursos económicos, las políticas sanitarias y, en general, las desigualdades. Pero hay un elemento transversal a todos estos factores individuales y sociales en el que quizá no reparamos lo suficiente: el acceso a información de calidad y la capacidad de interpretarla para tomar decisiones de salud. La situación es complicada porque vivimos rodeados de mensajes de lo más variado sobre todo tipo de intervenciones o tratamientos para prevenir y tratar la enfermedad, ya sean pruebas diagnósticas, dietas, medicamentos, operaciones quirúrgicas o sencillamente cambios en el estilo de vida. Sabemos que, junto a la información veraz, abunda la falsa y la no confirmada, y que para tomar buenas decisiones es crucial conocer la veracidad de la información que manejamos. También sabemos que, en materia de salud, el problema de las malas decisiones es que acarrean enfermedades, mortalidad prematura, sufrimiento innecesario y un derroche de recursos. Y, asimismo, podemos reconocer que la solución pasa por fomentar la alfabetización en salud, para que un número creciente de ciudadanos tenga suficiente capacidad crítica para interpretar los mensajes de salud. La cuestión es cómo se consigue esto, aunque sea a pequeña escala, con qué fórmulas, quién puede participar y por dónde empezar. (más…)

Evaluar mensajes de salud es cosa de niños

Sobre la enseñanza de conceptos clave para tomar mejores decisiones de salud

Si le dices a alguien que un mensaje sobre un tratamiento es cierto, podrá o no creerte; pero si le enseñas cómo evaluarlo, será capaz de juzgar por sí mismo mensajes similares. Y podrá tomar mejores decisiones sobre su salud. La idea parece sencilla, pero aplicarla es un reto enorme, tal es la infinidad de tratamientos y mensajes contradictorios. No es fácil distinguir las afirmaciones verdaderas de las falsas sobre un tratamiento, llámese fármaco, dieta, psicoterapia, cirugía, estilo de vida o cualquier otra intervención terapéutica o preventiva para mejorar la salud. Los mensajes que recibimos de los medios de comunicación o de nuestros conocidos pueden ser muy dispares, y ni siquiera los de los médicos son siempre coincidentes. Hace falta, por tanto, tener un cierto criterio para orientarse y tomar decisiones sobre la propia salud. Pero, ¿cómo desarrollar este criterio? (más…)

Educación científica desnortada

Sobre las deficiencias en la enseñanza de la ciencia desde los primeros años

Hay algo profundamente ajeno a la naturaleza de la ciencia en la educación infantil. La ciencia es una manera de interrogar la realidad, pero en la escuela se enseñan sobre todo respuestas. En la investigación científica el error es fundamental, pero en la escuela no se tolera la respuesta equivocada. Sigue primando la transmisión del conocimiento científico puro y duro, la teoría y la fórmula. Y esto es un hueso duro de roer si se presenta así de descarnado, desprovisto del placer de hacerse preguntas y diseñar experimentos para tratar de responderlas. La escuela necesita espacios para que el alumno se sitúe en el papel del investigador, pero la mayoría de las escuelas y maestros de primaria carecen de estos espacios, físicos y mentales. Las aulas apenas han cambiado en el último siglo. Por eso, no es de extrañar que muchos niños empiecen pronto a rechazar las matemáticas y las ciencias, argumentando con razón que no les encuentran relación alguna con su vida cotidiana. En pocos años, la brecha se hace insalvable. En su fuero interno, muchos niños saben demasiado pronto que la ciencia no es ni será para ellos.

Las ciencias tienen en su contra el que siguen siendo ajenas a algunas de las cosas que más nos importan, como el amor o los valores. Además, son más contraintuitivas y complejas que otras materias. Si no se estimula el placer de conocer, los números y las ideas antinaturales de la ciencia crean aversión. Una cuota importante del fracaso escolar tiene que ver con esta aversión. En toda Europa hay un descenso de las vocaciones asociadas a las llamadas disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), a pesar de que las profesiones relacionadas con estos conocimientos son las más demandadas. En España, se da la paradoja de que los científicos son los profesionales mejor valorados, solo por detrás de los médicos, pero las carreras de ciencias son las menos elegidas (un exiguo 5,9%), por debajo de las de artes y humanidades (9,7%) y muy lejos de las de ciencias sociales y jurídicas (47,6%). Con la medicina se da la feliz coincidencia de que es la profesión mejor considerada y la carrera más demandada y que exige mayor nota de acceso. Pero la medicina no es exactamente una ciencia, sino un saber práctico muy interconectado con otros muchos saberes y no pocos desarrollos tecnológicos. Y quizá por ello es un caso especial.

La deficiente enseñanza de las ciencias favorece el analfabetismo matemático, el tecnológico y el científico. En una sociedad tan dependiente de la ciencia y la tecnología como la actual esto es, sin duda, un grave déficit cultural. Pero el problema no tiene fácil arreglo. Es cierto que cada vez hay más escuelas que están implantando el aprendizaje basado en problemas, más programas e instituciones de educación científica no formal y más proyectos de colaboración entre investigadores y maestros. Algo se mueve en la buena dirección, eso está claro. Pero todas estas iniciativas tienen un factor limitante, que no es otro que la pieza clave en la enseñanza: el maestro. Ningún sistema educativo puede alcanzar un nivel de calidad superior al que tiene su profesorado. La enseñanza no formal puede hacer mucho, pero la realidad es que la mayoría de los maestros de primaria no saben de ciencia ni saben cómo enseñarla. Entre otras cosas, porque tampoco se la enseñaron a ellos. Para cambiar las cosas, hay que enseñar ciencia a los maestros, ponerlos en contacto con investigadores, implicarlos en proyectos, dejar que desarrollen su creatividad científica. Y lo que es tanto o más importante: dignificar y revalorizar la profesión de maestro para que sea más atractiva.

Aprendizajes y aprendices

Sobre la revolución educativa que se avecina en las ciencias y la medicina

 

Las diferencias entre un coche de hace 100 años y uno actual son ostensibles, como lo son también los cambios registrados en el último siglo en quirófanos, aviones, teléfonos y en tantas otras cosas. Por el contrario, las aulas apenas han cambiado en lo esencial: pupitres ordenados en filas, pizarra y mesa del profesor sobre una tarima. La imagen del aula es casi una foto fija desde hace siglos, y esto parece indicar que los fundamentos de la enseñanza siguen siendo los mismos, por más que los alumnos lleven ordenadores portátiles y teléfonos móviles: autoridad, jerarquía, uniformidad, clases magistrales, etc. Sin embargo, esta foto empieza a moverse como si un tsunami azotara los pilares de la educación.

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