30 Jun 2006
Sobre los consejos médicos y el estilo de vida saludable
A pesar de los continuos avances diagnósticos y terapéuticos, cada día hay más enfermos cardiovasculares. La razón principal la ha repetido el cardiólogo Valentín Fuster en numerosas ocasiones: “estamos fallando en la prevención”. El propio Fuster, consciente de que uno de los objetivos principales de la medicina y de su labor como cardiólogo es la prevención, ha querido hacer llegar al gran público sus consejos médicos a través de un libro de divulgación: La ciencia de la salud: mis consejos para una vida sana (Planeta, 2006). Quizá las recomendaciones transmitidas desde el punto de vista personal de un cardiólogo prestigioso puedan llegar más eficazmente a quienes lean este libro, pero en esencia son las mismas que vienen haciendo las principales sociedades de cardiología de todo el mundo, y en especial la American Heart Association (AHA). Y como siempre es posible afinar más en los consejos a la luz de las nuevas investigaciones, la AHA acaba de publicar en su revista Circulation unas nuevas recomendaciones, basadas en la revisión de más 90 nuevos estudios, dirigidas a los estadounidenses pero válidas para todo el mundo y que sustituyen a las anteriores de 2000. (más…)
10 Feb 2006
Sobre el cálculo del riesgo cardiovascular y su prevención
A cierta edad, todo el mundo es responsable de su cara. Este pensamiento puede rastrearse en Borges, en Leonardo de Vinci y en muchos otros hasta remontarse a los griegos, y viene a expresar de una forma más dura y provocadora la vieja idea de que la cara es el espejo del alma y que ese espejo cristaliza con el tiempo. A partir de cierta edad –cumplidos los 30 años, según algunos– tenemos, pues, la cara que nos merecemos. Pero no hay que recurrir al caso extremo de un rostro desfigurado para introducir una cuña de dudas en esta idea preconcebida: ¿Somos responsables de la cara que tenemos o de la que ponemos? ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestro cuerpo? ¿Responsables de su apariencia, de su mantenimiento, de sus prestaciones? ¿Y de nuestro corazón y nuestra salud? ¿Tenemos también, a partir de cierta edad, el corazón –en sentido físico y metafórico– que nos merecemos?
En los asuntos de la salud, hay sin duda una responsabilidad compartida entre los genes y la conducta. Conocer el propio estado de salud no modifica en absoluto esta responsabilidad compartida, pero ayuda a que uno sea más consciente de cómo puede promocionarla o empeorarla. Por lo que respecta al corazón, recientemente se ha dado a conocer en la revista Circulation el riesgo general de padecer alguna enfermedad cardiovascular durante toda la vida. Esto es algo que ya se había calculado para el cáncer (el 45% de los hombres y el 38% de las mujeres tendrá un cáncer a lo largo de su vida), pero según la American Heart Association es la primera vez que se hace esta estimación global en cardiología. Según estos cálculos, a los 50 años el riesgo de tener una enfermedad cardiovascular (infarto, ictus, insuficiencia coronaria, etc.) hasta los 95 años es del 51,7% para los hombres y del 39,2% para las mujeres; como antes de los 50 estas dolencias son raras, el riesgo a esta edad es una buena aproximación al riesgo durante toda la vida. Pero el hallazgo más interesante es la constatación de que la ausencia de factores de riesgo cardiovascular (tabaquismo, diabetes, hipertensión e hipercolesterolemia) a los 50 significa prácticamente una abolición del riesgo de sufrir una dolencia grave del corazón y las arterias durante el resto de la vida: sólo un 5,2% de los hombres y un 8,2% de las mujeres que llegan a la cincuentena sin factores de riesgo tendrán una enfermedad cardiovascular. En cambio, los hombres y mujeres con dos o más factores a esa edad tienen, respectivamente, un riesgo del 68,9% y del 50,2%. En términos de supervivencia, tener o no tener factores de riesgo a los 50 acorta las expectativas de vida unos 11 años.
La gran lección de este ejercicio de prospectiva cardiovascular es que la suerte del corazón está echada en buena medida a los 50 y que, por tanto, habría que empezar a promocionarla mucho antes. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que la salud no se puede reducir a un algoritmo matemático y que no depende sólo, ni mucho menos, de la cardiodurabilidad.