Sobre la reescritura de historia de la humanidad a la luz de la genómica

La historia de la humanidad se inicia mucho antes de lo que nos enseña la historiografía. La peripecia del hombre anatómicamente moderno, desde sus orígenes en África hace unos 200.000 años, no puede entenderse cabalmente sin las recientes aportaciones de la genética evolutiva. Con el análisis del ADN de restos humanos de hace miles de años, se han podido resolver algunos interrogantes sobre los que la arqueología solo podía aportar conjeturas. Estos nuevos hallazgos, que se suceden vertiginosamente, están ayudando a ubicar y datar algunos hitos prehistóricos y aclarar cuestiones como las migraciones, la domesticación de animales y plantas, o las relaciones con los neandertales y otros parientes genéticos.

El auge de la paleogenética se basa en que el ADN puede “sobrevivir” en fragmentos de tejido biológico de hace miles de años, ser analizado y comparado con otras muestras. Con los datos genéticos de muchos humanos antiguos y modernos se han podido confirmar la hipótesis migracionista. La población europea, por ejemplo, está formada por los descendientes de una primera oleada de cazadores-recolectores que abandonaron África hace más de 60.000 años y se dispersó por casi todo el mundo; una segunda oleada de agricultores que salieron de Oriente Próximo (donde se inventó la agricultura) hace unos 10.000 años, y una tercera de pastores nómadas que emigraron del actual Kazajistán y las estepas rusas hace unos 5.000 años. Estos últimos extendieron por Europa y Asia las lenguas indoeuropeas que hoy habla la mitad de la población, junto con algunas innovaciones como el bronce, el uso del caballo y la rueda, los tejidos de lana o el comercio a larga distancia, además de nuevos dioses, mitos y reglas para la herencia.

El análisis del ADN ha revelado, entre otras cosas inesperadas, que cuando los primeros hombres modernos llegaron a Oriente Próximo, nuestros primos neandertales ya estaban allí desde hacía varios cientos de miles de años. Ambas especies se cruzaron y, por eso, prácticamente todos los humanos actuales tenemos en nuestro genoma en torno un 2% de origen neandertal y, en el caso de otras poblaciones, principalmente asiáticas, también de otros primos genéticos, como son los denisovanos. Todos estos hallazgos están echando por tierra algunas ideas preconcebidas y ayudando a reescribir la historia de la especie.

La periodista científica sueca Karin Bojs ha escrito una documentada y amena historia, Mi gran familia europea, que se remonta unos 54.000 años, fecha en la que los genetistas datan que los humanos modernos se encontraron y mezclaron con los neandertales en algún lugar de Oriente  Próximo. Aunque una de las líneas conductoras del libro es la búsqueda de sus ancestros, la historia que nos cuenta Bojs tiene un foco más amplio y está tejida con los datos de más de dos centenares de artículos de paleogenética y 70 entrevistas a científicos para interpretar toda esta información. Gracias al análisis del ADN se puede saber, por ejemplo, que los humanos modernos ya salieron de África con ropas (la prueba, en este caso, es indirecta, a través del análisis genético de los piojos, que muestra que el vestido humano existe desde al menos 107.000 años). También se ha podido calcular que los genes y las poblaciones humanas se desplazaron a una velocidad de un kilómetro por año, aunque las migraciones se produjeron a saltos. Y, gracias a la secuenciación de miles de genomas, el inmenso puzle de la aventura humana se va completando con piezas que la arqueología y la lingüística no pueden aportar. El Nobel de Fisiología y Medicina otorgado en 2022 al genetista Svante Pääbo, que fue quien  completó el genoma de los neandertales, entre otros logros, no hace sino reconocer lo mucho que está aportando la paelogenética a la medicina, y también a la historia.