Sobre la necesidad de mejorar la transparencia en la investigación de salud

La investigación de salud es un inmenso iceberg del que no vemos su parte sumergida. Las decisiones de salud se basan solo en la investigación visible, pero sabemos que existe una parte oculta, de dimensiones importantes, que distorsiona la imagen global de la evidencia y las decisiones de salud. Aunque en las últimas décadas se ha dado un gran paso en la visibilidad y accesibilidad de la investigación, queda mucho para hacerla completamente transparente.

En la década de 1990, la digitalización de la investigación hizo posible por primera vez el acceso rápido y masivo a buena parte de la evidencia. La posibilidad de buscar y consultar la evidencia a través de internet permitió evaluar los beneficios y perjuicios de las intervenciones de salud con una solidez y seguridad desconocidas hasta entonces. La base para tomar las decisiones de salud se fue desplazando progresivamente desde las opiniones de expertos y los estudios aislados hacia el conjunto de la evidencia y la evaluación global de riesgos.

La irrupción de la medicina basada en la evidencia, como se llamó este nuevo marco conceptual, aportó tranquilidad, confianza y transparencia a la asistencia sanitaria. Pero con el tiempo se fue constatando que esta transparencia era más un deseo que una realidad. Si una parte importante de la evidencia sobre una pregunta de salud permanece oculta, la evaluación de riesgos queda sesgada y se toman malas decisiones. Estos agujeros en la evidencia no solo alteran y retrasan el conocimiento, sino que se cobran un elevado peaje en forma de enfermedades y muertes evitables, además de ser un derroche de recursos en investigaciones duplicadas.

Los ensayos clínicos aleatorizados están considerados como la mejor forma de conocer los efectos de una intervención de salud. Cuando hay suficientes ensayos de calidad es posible sacar una conclusión global sobre estos efectos con un grado de certeza alto o al menos moderado. Aunque pueda haber cierta disparidad entre los resultados de los distintos ensayos, lo que cuenta es si los resultados globales apunten claramente en una misma dirección. El problema es que, si una parte de estos resultados es invisible, la síntesis de la evidencia se distorsiona. Si, por ejemplo, se han realizado 50 ensayos sobre una intervención, de los cuales 30 ofrecen resultados negativos y 20 positivos, pero permanecen ocultos 20 de los negativos, el balance global podría dar un resultado falsamente positivo.

Esta falta de transparencia, bien porque no se publican los resultados o porque se ocultan o tergiversan, no es una disquisición teórica, sino una grave amenaza que afecta a buena parte de la investigación. Se estima que alrededor de la mitad de los ensayos clínicos permanecen ocultos y que los resultados negativos tienen el doble de posibilidades de no ser publicados que los positivos. El sesgo de publicación, que se define como la publicación o no publicación de los hallazgos de la investigación, según la naturaleza y la dirección de los resultados, es un problema de causas complejas que todavía no se ha encarado con suficiente resolución.

Gracias a la labor de organizaciones no gubernamentales como All Trials, Cochrane, TranspariMed y otras se van dando pequeños pasos para mejorar la transparencia, pero hace falta un compromiso más decidido de los grandes centros y redes de investigación, los gobiernos y el conjunto de la comunidad científica para que se conozcan los resultados de todos los ensayos clínicos que se realizan. También es necesario que se involucren en el debate los medios de comunicación y el conjunto de la sociedad. Mientras los datos de miles de personas que participaron desinteresadamente en los ensayos clínicos sigan ocultándose, el conocimiento científico seguirá lastrado y se seguirán tomando decisiones de salud innecesariamente equivocadas.