Sobre la comunicación de evidencias científicas y la tentación del relato persuasivo

El arte de la retórica y la persuasión puede ser muy eficaz para convencer y crear adhesiones, pero tiene sus peligros. La guerra de los relatos está muy presente en la arena política, pero opera en muchos otros órdenes de la vida. Incluso la objetiva y benemérita ciencia no es inmune a los cantos de sirena de la comunicación persuasiva, porque es una actividad humana y los científicos también quieren vender su producto. Esto es especialmente evidente con los tratamientos médicos. Hay muchos casos de relatos de avances terapéuticos que circularon como cuentos maravillosos, con ese marchamo de veracidad que solo aporta la ciencia, que resultaron ser engañosos y acabaron mal. Son historias aleccionadoras de cómo no se debería comunicar la ciencia. Recordemos algunas.

La historia de la superaspirina cuenta cómo, a finales del siglo XX, se desarrollaron unos nuevos antiinflamatorios no esteroideos (AINE) con todas las ventajas de los viejos, como la popular aspirina, pero sin sus efectos secundarios, en particular el sangrado de estómago. Los medios de la época se hicieron eco de este prodigio, pero también los defendieron medallistas olímpicos e infinidad de médicos, aunque las pruebas científicas eran endebles. Las superaspirinas se consumieron de forma masiva para la artritis y la artrosis, y a la par fueron apareciendo sus efectos secundarios en forma de ictus y fatales infartos de miocardio. Cuando las evidencias científicas salieron a la luz, habían muerto miles de personas, y el medicamento estrella (Vioxx) fue retirado del mercado. Había sido un gran éxito de comunicación y mercadotecnia, pero el relato completo nos habla de investigaciones sesgadas, pruebas parciales para lograr la autorización, conflictos de intereses y precipitación.
La de la terapia hormonal sustitutiva (THS) es otra instructiva historia del peligroso coctel de pruebas preliminares y comunicación incompleta, expansiva y poco crítica. Durante más de 20 años, muchos médicos le estuvieron contando a las mujeres menopáusicas el cuento de que la THS podía no solo eliminar los molestos sofocos, sino también prevenir los infartos de miocardio y los ictus. Pocos parecían advertir que esta recomendación se basaba en estudios sesgados y tendenciosos. Con el tiempo y la realización de ensayos clínicos de calidad, se comprobó que la THS, lejos de prevenir infartos e ictus, aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares y cáncer de mama. Aunque el aumento del riesgo es moderado, muchas mujeres sufrieron y murieron por la administración masiva de un tratamiento recomendado con entusiasmo y que no fue correctamente evaluado en su momento.

Y hay otras muchas historias, como la del trastuzumab (conocido por su nombre comercial, Herceptin). Este fármaco estaba indicado en principio para tratar el cáncer de mama metastásico, pero pronto pasó a usarse para el cáncer de mama en fase inicial, debido a la presión de grupos de pacientes y profesionales, con el aliento de muchos medios de comunicación. El clamor y la falta de sentido crítico generales se tradujo en mensajes demasiado favorables que callaban las limitaciones y perjuicios del tratamiento. Una vez más, el relato persuasivo y sesgado incompleto se impuso a las pruebas científicas y la comunicación equilibrada y completa.

El cerebro humano es muy sensible a los relatos persuasivos, quizá desde que se desarrolló la comunicación en nuestros ancestros al calor de las historias contadas en torno a las hogueras nocturnas. Pero la comunicación persuasiva no casa bien con la ciencia, que debe ser, por el contrario, informativa, equilibrada, reveladora de las incertidumbres, notaria de la calidad de la evidencia e inoculadora del sentido crítico, como se reflexiona en un reciente comentario publicado en Nature. Hace falta novelar para decir las grandes verdades, como dicen los novelistas, pero las verdades de la ciencia son más concretas y probabilísticas, y precisan una comunicación imparcial y antirretórica.