Sobre el auge de la investigación con una planta prohibida y el impulso legalizador

La planta Cannabis sativa, de la que se obtiene la marihuana, se cultiva en prácticamente todos los países. Desde tiempos inmemoriales, se ha utilizado como fibra textil, para extraer aceite y como planta medicinal y psicotrópica. La prohibición de la marihuana a principios del siglo XX en buena parte del mundo, la ha convertido en la droga ilegal más consumida. Un siglo después, asistimos a una corriente inversa de despenalización impulsada por la legalización del uso medicinal del cannabis, a la que se han sumado en pocos años una treintena de países, incluyendo Alemania, Italia, Argentina, Canadá y Reino Unido, aparte de más de la mitad de los estados de EE UU. La legalización del cannabis medicinal se vislumbra como el principio de una legalización de su uso recreativo, un paso que de momento solo han dado Uruguay en 2013 y Canadá en 2018. Esta decisión de Canadá (el único país del G7 que la ha tomado) ha abierto un debate internacional sobre el fin de la prohibición. Así, mientras la ONU se ha posicionado en contra, en el Reino Unido se prevé que en 5 o 10 años se produzca la legalización completa.

Esta corriente legalizadora está propiciando un auge de la investigación sobre el cannabis, desde la genética de la planta hasta sus efectos en la salud humana. El abanico de posibles usos terapéuticos del cannabis es amplísimo, pero las pruebas científicas son limitadas para la mayoría de ellos, del mismo modo que faltan pruebas concluyentes sobre muchos de los riesgos derivados de su consumo. La mayor revisión de las evidencias científicas sobre el cannabis medicinal, realizada en 2017 por la National Academy of Sciences (NAS) de EE UU, señala que hay pruebas concluyentes o sustanciales de que el cannabis es eficaz para el tratamiento del dolor crónico en adultos, de las náuseas y vómitos provocados por la quimioterapia y para mejorar los síntomas musculares de la esclerosis múltiple.

El exhaustivo informe de la NAS, basado en más de 10.000 artículos científicos relevantes publicados desde 1999, establece cuatro categorías de certeza para las pruebas sobre los efectos terapéuticos del cannabis y los riesgos asociados a su consumo: concluyentes, sustanciales, moderadas y limitadas. En su centenar de conclusiones, afirma que existen pruebas moderadas de que el cannabis puede aliviar la fibromialgia, el dolor crónico, la esclerosis múltiple y el trastorno del sueño relacionado con la apnea. En cuanto a los riesgos derivados de su consumo, hay pruebas sustanciales de que fumar marihuana se asocia con una mayor frecuencia de episodios de bronquitis; problemas de aprendizaje, memoria y atención; accidentes de circulación y tener hijos de bajo peso, entre otros problemas. El informe también constata que existen pruebas sustanciales de que el consumo de cannabis se asocia con el desarrollo de esquizofrenia y otras psicosis, siendo los consumidores más habituales los que presentan mayor riesgo. De momento, esta asociación no permite aclarar si fumar marihuana es lo que podría favorecer la aparición de una esquizofrenia, o bien las personas con riesgo de desarrollar esta enfermedad serían más proclives a consumir marihuana.

Como quiera que la única manera de conocer con certeza los efectos del cannabis es realizar estudios clínicos experimentales, se han puesto en marcha varios centenares de ensayos clínicos, que ofrecerán resultados en los próximos años. Este auge investigador tiene que ver sin duda con la conciencia creciente de que la prohibición de esta planta medicinal durante un siglo ha frenado el desarrollo de opciones terapéuticas y privado a millones de enfermos de estos tratamientos. Y todo parece indicar que está llegando la hora de saber a ciencia cierta lo que da de sí esta planta medicinal y, también, los riesgos reales de su consumo.