Sobre la importancia del contexto a la hora de interpretar los riesgos para la salud

Un paciente le preguntó a su médico qué riesgos entrañaba el tratamiento semanal de larga duración que le proponía, y este le respondió: “El mayor riesgo es el viaje en coche al hospital”. No recuerdo los detalles de esta anécdota, pero ilustra muy bien cómo se puede ofrecer al ciudadano y eventual paciente información sobre un aspecto crucial en medicina: el de los riesgos de enfermar o de sufrir algún perjuicio por una intervención médica.

Todos los medicamentos, la cirugía y las pruebas diagnósticas ofrecen algún beneficio, pero también conllevan riesgos, aunque de estos se suele hablar menos. En cambio, es difícil leer la prensa, ver la televisión o navegar por internet sin toparse con mensajes sobre los riesgos de enfermar y morir. Pero como nos llegan de forma tan desorganizada, contradictoria y descontextualizada, resulta muy difícil encontrar respuesta a dos preguntas clave: ¿Qué riesgo tengo yo de morir por esta enfermedad o de sufrir esta complicación? ¿De qué magnitud es este riesgo en relación con otros? Para los médicos tampoco es fácil ofrecer una información clara y precisa, entre otras cosas porque no suelen tener esos datos a mano.

Los riesgos de enfermar y morir dependen de muchos factores, pero tres de los principales son la edad, el sexo y el tabaquismo. Una mujer de 50 años, por ejemplo, ¿qué riesgo tiene de morir en los próximos 10 años por algunas de las causas más comunes, como son el infarto, el ictus, el cáncer de pulmón y el de mama? Las estimaciones indican que, de 1.000 mujeres no fumadoras de 50 años, al cabo de una década morirán 4 de infarto, 1 de ictus, 1 de cáncer de pulmón y 4 de cáncer de mama; en cambio, si son fumadoras, morirán 13, 5, 14 y 4 por 1.000. Resulta llamativo comprobar hasta qué punto el fumar aumenta el riesgo de muerte por infarto, ictus y cáncer de pulmón, mientras parece no afectar al cáncer de mama. La comprensión mejora si conocemos también los riesgos de muerte por todas las causas para las mujeres de esta edad: en el caso de las fumadoras es de 69 por 1.000, y en el de las no fumadoras de 37 por 1.000.

Estos simples números son solo un ejemplo que muestra la importancia de poner los riesgos en contexto. Nos dicen que, en el tramo de edad de 50 a 59 años, casi una de cada 10 mujeres no fumadoras muere por cáncer de mama, que el tabaquismo triplica el riesgo de morir de infarto y que 1 de cada 5 mujeres fumadoras muere por cáncer de pulmón. Todas estas estimaciones están recogidas en las tablas de riesgos para hombres y mujeres estadounidenses publicadas en 2008 en el Journal of the National Cancer Institute (The Risk of Death by Age, Sex, and Smoking Status in the United States: Putting Health Risks in Context). Estos datos tienen sus limitaciones, sin duda, y no se pueden extrapolarse sin más a otras poblaciones y ser aplicados a personas concretas sin considerar, entre otras cosas, sus antecedentes familiares y sus conductas de riesgo. Pero a pesar de sus carencias, las tablas de este tipo son realmente útiles para interpretar mejor los riesgos.

Vivimos en una cultura profundamente medicalizada y, a la vez, devota del cálculo de todo tipo de riesgos materiales y personales. Por ello, resulta paradójico que no tengamos más a mano este tipo de tablas para conocer mejor los riesgos a los que estamos expuestos y contextualizarlos con otros. Y no se trata de reducir toda la compleja existencia humana a simples números, sino de disponer de ellos para ayudarnos a tomar decisiones sobre la salud.