Sobre el cerebro heurístico y la toma de decisiones de médicos y pacientes

Pensar, lo que se dice pensar racionalmente, es tremendamente lento y fatigoso para el cerebro humano. Si podemos evitarlo, a buen seguro que lo haremos. En cambio, nos resulta muy fácil reconocer todo tipo patrones, empezando por las caras, algo que hacemos con agilidad y sin aparente esfuerzo. Si no fuéramos tan buenos en esto, podríamos ver un mundo nuevo y diferente cada día, ya que ver es en realidad reconocer, pero tendríamos infinidad de problemas cotidianos, incluso de supervivencia. La mayoría de nuestras opiniones y decisiones no se basa en un análisis sosegado y racional, sino que parecen respuestas “prefabricadas” con experiencias similares previas y patrones almacenados en nuestro cerebro. Las intuiciones y el sentido común, pero también los prejuicios y los juicios de experto, son variantes del llamado pensamiento heurístico. Todas estas estrategias del pensamiento son como atajos mentales que nos permiten encontrar respuestas rápidas, aunque a menudo imperfectas, a preguntas complejas, pues en realidad lo que respondemos es una pregunta alternativa más sencilla.

La práctica médica es un caso particular de un modo de pensar y actuar muy habitual. ¿Cómo piensan los médicos? ¿Cómo tomas sus decisiones? Pues como todos los seres humanos, con más heurística que razonamiento. Los médicos, como tantos otros profesionales, tienen que tomar decisiones expertas con cierta rapidez y recurren para ello a estos atajos del pensamiento. Un ajedrecista, quizá el mayor especialista en estos atajos, no piensa racionalmente sino heurísticamente, tras visualizar en un instante infinidad de patrones y posibilidades. El ojo clínico, tan denostado por algunos puristas de la ciencia médica, es como el ojo del buen cubero: una capacidad de experto consolidada por la experiencia. En medicina, como en otros oficios y profesiones, los especialistas con más experiencia tienden a confiar en su capacidad heurística para diagnosticar y resolver otros problemas complejos con rapidez y tino, mientras que los más novatos, por su menor habilidad para reconocer patrones, no tienen más remedio que recurrir al pensamiento analítico, realizar numerosas pruebas y repensar las diferentes posibilidades, lo que quizá sea más certero, pero sin duda es más lento.

La medicina, como gustan decir algunos, es a la vez ciencia y arte. Pues bien, ese “arte” de la medicina se asimila en buena medida al conocimiento heurístico de los médicos, una competencia que se materializa en la toma de decisiones. Buena parte de los protocolos y guías clínicas no son sino balizas para encauzar el reconocimiento de patrones en el marco del conocimiento científico, para que la natural inclinación heurística no se desmadre. Donde no llega la ciencia, ahí tenemos la heurística; y donde no llega a tiempo el pensamiento analítico, ahí tenemos la habilidad de reconocer semejanzas o responder preguntas más sencillas. Un dilema habitual en medicina es si conviene actuar rápido a riesgo de equivocarse, confiando en el juicio experto, o analizar el caso con calma a riesgo de actuar demasiado tarde. En casos urgentes está claro que no hay tiempo para análisis reposados, pero ¿acaso en las consultas médicas de unos pocos minutos no se toman también decisiones rápidas? Aquí, además, entran en colisión la heurística experta del médico y la inexperta del paciente, dos maneras de pensar quizá demasiado alejadas y cada una con sus propios sesgos. Para que haya un buen diálogo hace falta tiempo, como primera condición, pero también que todos seamos cada vez más conscientes del papel de la heurística en la toma de decisiones de médicos y pacientes. El conocimiento de estos atajos del pensamiento está todavía en pañales, pero ya nos permite entrever que, junto a algunas ventajas, también tienes sus riesgos.