Sobre la cultura científica y el papel de científicos, comunicadores y periodistas

Si hubiera que resumir los problemas que afectan a la comunicación científica en uno solo, este sería la exageración, o hype, como dicen los anglosajones. Mensajes exagerados son todos los que, de forma voluntaria o involuntaria, distorsionan los hallazgos de la investigación y van más allá de lo que se sabe a ciencia cierta. Y no son una rareza, sino un fenómeno demasiado habitual. Ocurre en el periodismo, donde se etiqueta como sensacionalismo; en la divulgación, cuando se sacrifica el mensaje científico riguroso en el altar del espectáculo (la espectacularización de la ciencia), y en la comunicación profesional, cuando en las notas de prensa se muestra solo la cara más positiva de la investigación. Y puede ocurrir incluso en la comunicación entre médico y paciente, cuando no se ofrece una información equilibrada entre los beneficios y perjuicios de las intervenciones médicas. El efecto final de la exageración, particularmente en el campo de la biomedicina, es la creación de miedos infundados y de esperanzas desmedidas, además de una cierta pérdida de confianza. En las redes sociales los mensajes distorsionados campan a sus anchas, pero una parte de la responsabilidad también es de los agentes del ecosistema de la comunicación científica, desde los investigadores a los periodistas, pasando por los comunicadores y divulgadores profesionales.28

Casi 400 de estos agentes, casi todos españoles pero también de Latinoamérica, se reunieron la semana pasada en Córdoba (España) en el VI Congreso de Comunicación Social de la Ciencia para discutir sobre los retos, medios, modos, recursos, problemas y otras circunstancias que afectan a la difusión de la ciencia y sus protagonistas. Su visión, como no podía ser de otra manera, no es uniforme, pues la tarea de científicos, comunicadores y periodistas es bien diferente. Los científicos, a pesar de la falta de recursos y los recortes de los últimos años, están haciendo meritorias contribuciones a la ciencia a la vez que se involucran cada vez más en tareas de divulgación; los comunicadores y divulgadores están desplegando un sinfín de iniciativas para acercar la ciencia al público, y los periodistas, sin duda la parte más minoritaria en este congreso, siguen manteniendo lo mejor que pueden su mirada crítica y su imparcialidad. Como dijo la periodista argentina Nora Bär, del diario La Nación, el periodismo ya no es lo que era; pero, a pesar de sus crisis y dificultades, persiste en su obligación de informar con rigor sobre la incertidumbre propia de la ciencia, tratando además de promover el pensamiento crítico y la alfabetización sobre el método científico. Porque la ciencia no es un mundo ideal, como a menudo nos hacen ver los divulgadores, sino una actividad compleja y con los claroscuros de toda actividad humana. Y si no se ocupan de esto los periodistas, ¿quién se va a ocupar?

El elemento aglutinador de todos estos profesionales no es otro que la cultura científica, que es una parte de la cultura tan importante como las humanidades (según la célebre fórmula de Jorge Wagensberg, cultura menos ciencia igual a humanidades). En las últimas décadas, y desde los diferentes frentes, se ha hecho mucho por su promoción; sin duda hay que seguir haciéndolo, pero de una manera cada vez más madura y responsable. Porque la mayor cultura científica ayuda a moderar el optimismo sobre los efectos del desarrollo científico-tecnológico y fomenta la participación, como apuntó el filósofo de la ciencia José Antonio López Cerezo. Inevitablemente, nos hace también más desconfiados de las instituciones científicas, más críticos con los mensajes y más descreídos de la imagen un tanto idealizada de la ciencia. Nos hace más escépticos, sí, pero “escépticos leales” con el razonamiento crítico y científico.