Sobre la revolución educativa que se avecina en las ciencias y la medicina

 

Las diferencias entre un coche de hace 100 años y uno actual son ostensibles, como lo son también los cambios registrados en el último siglo en quirófanos, aviones, teléfonos y en tantas otras cosas. Por el contrario, las aulas apenas han cambiado en lo esencial: pupitres ordenados en filas, pizarra y mesa del profesor sobre una tarima. La imagen del aula es casi una foto fija desde hace siglos, y esto parece indicar que los fundamentos de la enseñanza siguen siendo los mismos, por más que los alumnos lleven ordenadores portátiles y teléfonos móviles: autoridad, jerarquía, uniformidad, clases magistrales, etc. Sin embargo, esta foto empieza a moverse como si un tsunami azotara los pilares de la educación.

La educativa es quizá la más importante de las revoluciones pendientes desde la Academia de Platón. Aunque en términos globales casi todo sigue igual, algo ha empezado a cambiar con las nuevas tecnologías y el desatado impulso de compartir, tan característico de los tiempos actuales. Los MOOC (Massive Online Open Course) universitarios, entre los que no faltan los temas médicos, son solo la vertiente más académica de una inconmensurable aula virtual con todo tipo de cursos, talleres y saberes varios. Esta poderosa corriente educativa ha desbordado la enseñanza reglada y ha puesto en evidencia sus carencias. Personajes como Salman Khan, que da cursos gratuitos para 26 millones de alumnos en su Academia Khan, financiada por Google y Bill Gates, entre otros, ejemplifican esta nueva época educativa. “Lo único que necesitas saber es que tú puedes aprender cualquier cosa”, se lee en el portal de esta academia.

No es sorprendente que la más popular de todas las Conferencias TED, con 34 millones de visitas en internet, tenga que ver con la educación. La charla de Ken Robinson ¿Las escuelas matan la creatividad? es una performance de 20 minutos contra la esclerosis de sistema educativo y la homogeneidad que anula el talento individual. Su éxito revela un cierto fervor por el mantra de la autorrealización personal, pero indica también que es posible otro tipo de pedagogía menos uniforme y teórica y más personalizada y centrada en la resolución imaginativa de problemas, con la diversión y la pasión como motores del aprendizaje. El aula virtual tiene por delante un largo camino de maduración, pero de entrada está forzando a replantear toda la enseñanza.

Los buenos maestros son más necesarios que nunca, pero también deben adaptarse. Decía Nietzsche en su Crepúsculo de los ídolos que las tres tareas fundamentales para las que se necesitan educadores son aprender a ver, aprender a pensar y aprender a leer y escribir. En sus tiempos, muchos profesores no daban la talla para enseñar estos tres saberes fundamentales, y no está claro que las cosas hayan mejorado. Sin embargo, hay mucho conocimiento compartido y muchas experiencias educativas que invitan a pensar que las cosas pueden cambiar para mejor.

La renovación de la enseñanza de las disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) es la punta de lanza del nuevo paradigma educativo. El modelo STEM, que se está experimentando en muchos centros de Europa y EE UU, propugna sintonizar la escuela con la vida real y enseñar a partir de problemas reales aprovechando el potencial de las nuevas tecnologías. La idea es transformar el aula en un espacio de colaboración entre profesores y alumnos que favorezca el análisis personalizado, el trabajo en equipo y la búsqueda de soluciones a partir del ensayo-error, evitando que los niños y jóvenes se alejen para siempre de las matemáticas y las ciencias porque las encuentran ajenas a su vida cotidiana. Esta renovación se apoya en una idea confirmada por muchos estudios empíricos: los estudiantes adquieren un conocimiento mucho más profundo cuando se enfrentan a preguntas y problemas que cuando escuchan pasivamente las respuestas.

Llegados a este punto, parece “poco ético enseñar de otra manera”, como afirma la microbióloga estadounidense Clarissa Dirks en un amplio monográfico sobre la enseñanza de las ciencias publicado en la revista Nature (16 de julio de 2015), que muestra desde diferentes ángulos la renovación educativa que hay en marcha. La medicina, que se estudia como una ciencia y se ejerce en cierto modo como una ingeniería sobre la frágil máquina del cuerpo humano, es un escenario ideal para el aprendizaje basado en problemas. De hecho, en algunas universidades ya se enfrenta a los alumnos de primer curso con los retos reales del acto médico, desde el diagnóstico al tratamiento, pasando por la comunicación de resultados y el diálogo con el paciente, sabiendo que el error es la mejor escuela y que el planteamiento de situaciones cotidianas, a veces a partir de un libro o de una película, son un buen estímulo. Las competencias que debe adquirir un médico son tantas –científicas, tecnológicas, sociales, comunicativas– que quizá no haya mejor base que la triada que apuntaba Nietzsche (ver, pensar, leer y escribir). Hace falta mucha imaginación e innovación educativa para enseñar a ser un buen médico, un proceso que dura toda la vida profesional y que ahora se vislumbra con más oportunidades que nunca para aprendices y maestros.