Los estudios sobre el lenguaje empiezan a tener en cuenta ese nuevo escenario lingüístico que son las redes sociales. En Twitter, en Facebook y, en general, en los sistemas de mensajería instantánea nos expresamos de una forma que se aleja de la comunicación escrita más tradicional. El análisis de toda esta literatura inmediata e informal está poniendo de manifiesto la aparición de un nuevo estilo de comunicación espontánea y desenfadada, que enfatiza el significado sobre la forma y las relaciones sociales sobre el contenido.

Solo en Facebook, cada hora se escriben más de 30 millones de textos, mayormente breves y espontáneos. Estas entradas –o microblogs como los llaman algunos– podrían parecer condenadas a desaparecer de nuestra memoria tan rápido como entraron en ella. Sin embargo, una reciente investigación ha venido a mostrarnos que los mensajes de Facebook se recuerdan mucho más fácilmente que los leídos en un libro e incluso que las caras. La diferencia es tan grande como la que separa la memoria de los amnésicos de la de la gente normal.

El estudio Major memory for microblogs, publicado en la revista Memory & Cognition de enero de 2013, sugiere que esta facilidad de recordar los posts de Facebook se podría derivar de la espontaneidad con la que han sido escritos. La capacidad de recordar un texto o memorabilidad (de momento nos falta esta palabra, pero quizá pronto sea de uso común puesto que existe la voz inglesa memorability) sería así una función de la naturalidad con la que dicho texto ha surgido de la mente humana.

Puede que las conclusiones de este estudio sean de alguna utilidad a los publicitarios y los educadores. Y quizá añada también alguna luz diferente al entendimiento del recuerdo y el olvido, que son muy suyos. Recordamos sobre todo lo que está grabado con fuego emocional y la información que nos ha entrado por múltiples canales sensoriales. Y luego olvidamos lo que nos interesa, o mejor dicho, reelaboramos los recuerdos a la luz del presente, siempre de forma distinta, con pequeñas ausencias y ligeros añadidos.

La magdalena de Proust es la gran metáfora literaria del funcionamiento de la memoria, antes de que la neurociencia confirmara que los recuerdos se consolidan mejor cuando implican varios sentidos, no solo la vista y el oído, sino también el gusto y el olfato. Lo ha explicado con elegancia y buena prosa el divulgador científico estadounidense Jonah Lehrer, ahora caído en desgracia, en su libro Proust was a neuroscientist (Proust y la neurociencia, Paidós, 2010).

Sin embargo, la memoria no es tanto un mecanismo biológico para recordar el pasado como un medio para prepararnos para el futuro, como recuerda el neurocientífico Michael Gazzaniga. La memoria humana no está diseñada para almacenar la información cognitiva moderna, como un número de teléfono, sino otras cosas más relacionadas con nuestro bienestar y supervivencia (aunque, paradojas de la vida, un número de teléfono nos la puede salvar). Por eso tenemos buena memoria para lo esencial de una experiencia y mala para los detalles. Y por eso mismo muchos de nuestros mejores recuerdos son, literalmente, falsos.

Foto: Do u remember / Flickr

Entrada publicada el 28.01.2013 en Molienda de ciencia @ Molino de Ideas