Sobre la casa, el barrio y la evaluación de su impacto en el bienestar

El 80% de nuestra vida transcurre en espacios cerrados, mayormente en casa. Y buena parte del tiempo restante, en tránsito por los alrededores. «El hombre es un ser de lejanías», decía Heidegger. Pero estas lejanías son imaginarias, narrativas, temporales, en definitiva; en términos espaciales, somos seres de cercanías. ¿Cómo no van a ser importantes las condiciones de la vivienda y del barrio? La casa, junto con la alimentación, el vestido, la asistencia médica y los servicios sociales, es un derecho recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos (artículo 25). La vivienda está reconocida como uno de los determinantes de la salud, y a su vez se relaciona con el que quizá sea el principal determinante junto con la biología: el nivel de renta. Toda la investigación epidemiológica y de intervención realizada apoya una idea que parece de sentido común: las mejores o peores condiciones de una vivienda se relacionan con la mejor o peor salud de sus ocupantes.

Pero el asunto es más complejo de lo que parece. Las pruebas científicas que miden el impacto de estas condiciones son parciales y limitadas. Está claro que la vivienda afecta a la salud en sus vertientes física (humedad, contaminación del aire), mental (soledad, ruido) y social (relaciones, oportunidades).  Pero, ¿hasta qué punto hay evidencias científicas de todo esto? La verdad es que se conoce más bien poco. Los principales riesgos para la salud en los hogares son las condiciones de temperatura y humedad, la presencia de radón, los ácaros, el humo de tabaco y los riesgos de caídas y de incendio. Aparte de esto hay datos confusos sobre la influencia del régimen de propiedad (puede aportar un mayor grado de seguridad y control, pero las hipotecas pueden ser fuente de estrés y empobrecimiento económico),  sobre si es mejor un piso o una casa individual y otros aspectos. En una revisión publicada en 2003 en el Journal of Epidemiology and Community Heallth (JECH) (doi:10.1136/jech.57.1.11), los autores concluían que las pruebas del impacto en la salud tras la mejora en las viviendas eran limitadas e inconsistentes. Lo más evidente es una relación de dosis-respuesta entre la mejora de las viviendas y la mejora de la salud mental, así como una posible pero ligera ganancia en la salud física general.

Nadie elige vivir en una vivienda en malas condiciones ni en un barrio poco saludable, pero desde el momento en que hay viviendas insalubres y barrios problemáticos, estos acaban sendo el destino de los más desfavorecidos. Los efectos de los programas de regeneración sobre la salud pública y las desigualdades de salud individuales tampoco parecen claros, según otra revisión publicada en el JECH (doi:10.1136/jech.2005.038885). Así pues, faltan pruebas y evaluaciones del impacto de las intervenciones sobre la salud para orientar la acción política, que a su vez resulta difícil de evaluar. El área de intersección entre vivienda y salud es tan vasta, compleja y desconocida que lo único que parece claro es que hace falta explorarla con más detalle.

Foto: Islam Elsedoudi / Opensourceway /Flickr