Sobre la historia del escorbuto y las enseñanzas de su tratamiento

Con la distancia de los siglos y el salto en las condiciones de vida y salud, parece mentira que el escorbuto fuera una epidemia tan mortífera. El carácter epidémico de la enfermedad se hizo patente a partir del siglo XV, cuando empezaron las largas singladuras marinas en las que las tripulaciones se veían diezmadas por la deficiencia prolongada de vitamina C. Hoy nos parece increíble que entre los siglos XVII y XIX pudieran morir un millón de marineros en todo el mundo por la carencia de una sustancia que está presente en alimentos tan comunes como las frutas y verduras. Por más que almirantes, capitanes y médicos, principalmente de la marina inglesa, se devanaban los sesos sobre la causa de la llamada “peste del mar” o “peste de las naves”, sus sospechas no iban mucho más allá de la madera verde de las naves o del viento frío del mar. Y para combatirlo se propugnaban remedios tan peregrinos como la ingesta de mostaza, caldo de pollo, luciérnagas, sangre de cobaya, soda o aceite de vitriolo (ácido sulfúrico diluido). El escorbuto fue considerado una enfermedad contagiosa hasta que se descubrió que era simplemente un déficit nutricional y, finalmente, se aisló la vitamina C en 1927.

Una de las lecciones de la historia del escorbuto es que no es necesario conocer la causa de una enfermedad para tratarla eficazmente. El escocés James Lind (1716-1795), mientras servía como médico en el buque de guerra inglés HMS Salisbury, demostró en 1747 que las naranjas y limones eran una cura eficaz frente al escorbuto. Parece que mucho tiempo atrás el navegante portugués Vasco de Gama (1469-1524) ya había observado que la ingesta de naranjas parecía curar esta enfermedad, pero sus observaciones no calaron en el pensamiento médico dominante y cayeron en el olvido. En tiempos de Lind los cítricos ya estaban en la larga lista de remedios preventivos frente al escorbuto, aunque no eran los que propugnaban las autoridades médicas de la época: el Real Colegio de Médicos recomendaba las gárgaras con ácido sulfúrico diluido y la Armada Británica preconizaba el vinagre. La gran aportación del médico escocés no fue que se decantara por los cítricos, sino la forma en la que abordó el problema, que marca un antes y un después en la terapéutica.

Lo que hizo Lind fue ni más ni menos que el primer ensayo clínico. Para comparar la eficacia de los tratamientos en boga, se le ocurrió separar a 12 marineros afectados por el escorbuto y tratarlos, de dos en dos, con sidra, ácido sulfúrico, vinagre, agua de mar, nuez moscada o dos naranjas y un limón, manteniendo igual el resto de la dieta. Creó así las condiciones para conocer objetivamente que las frutas eran el mejor tratamiento. No sólo demostró que las autoridades de la época estaban equivocadas, sino que marcó la pauta para evaluar la eficacia de las intervenciones médicas. Hoy la Biblioteca James Lind es uno de los sitios de referencia en Internet para acercar al gran público la medicina basada en la evidencia y fomentar el pensamiento crítico.