Sobre las esperanzas fundadas e infundadas en la medicina

La medicina está dominada, para bien y para mal, por las expectativas. Probablemente no hay otra ciencia como la biomedicina tan exigida de avances y quizá ninguna otra actividad está tan colmada de esperanzas como la clínica. La biomédica representa la mitad de toda la investigación científica, pero es sin duda la que más expectativas sociales despierta. Cuando la salud está en juego, la financiación llega de forma más fácil que a otros ámbitos, como el espacio o la física de partículas. Y, a pesar de las dificultades para implantar en los hospitales una eficaz investigación traslacional, muchos logros científicos acaban traduciéndose en terapias y aplicaciones clínicas. El problema es que esta traducción no es inmediata ni segura. Muchos experimentos de laboratorio que han sido un éxito no acaban traduciéndose en ensayos clínicos. Y, cuando lo consiguen, a menudo no cumplen las expectativas.

Si rastreamos las hemerotecas desde principios de la década de 1990, nos encontraremos con uno de los fiascos más grandes de la medicina: la terapia génica. Eran tiempos en los que el proyecto genoma estaba despegando y la terapia génica prometía resolver muchas enfermedades genéticas sustituyendo el gen defectuoso por uno sano. Pero las cosas resultaron ser mucho más difíciles, y la complejidad de esta técnica acabó por disipar las grandes ilusiones creadas. Ahora podemos estar viviendo una situación similar con las células madre. Las terapias celulares son actualmente la gran promesa para curar un montón de enfermedades, desde la diabetes al alzheimer. También lo son incluso para crear órganos bioartificiales en el laboratorio y disponer de un almacén prácticamente ilimitado de órganos para trasplante sin tener que depender de la disponibilidad de un donante en ese momento y, lo que es más importante, sin necesidad de usar inmunosupresores, porque los órganos bioartificiales se fabrican con las células del propio paciente. Pero la realidad es que estos trasplantes son una promesa lejana, que nadie sabe si se cumplirá. De momento, casi todos los tratamientos con células madre siguen siendo con células hematopoyéticas, es decir, el clásico trasplante de médula ósea.

Las células madre son sin duda una de las grandes esperanzas terapéuticas de la medicina. Pero cuanto más se conocen estas células más endiabladamente difíciles resultan de dominar y controlar. Hay quien piensa que será casi imposible llegar a entender cómo funcionan. Claro que lo importante no es tanto conocerlas como encontrarles aplicaciones clínicas que funcionen. Por ahora, además del trasplante de médula ósea, las posibilidades reales se limitan a tratar quemaduras, úlceras diabéticas, algunas lesiones del cartílago y poco más, aparte de regenerar el limbo corneal. Todo lo demás entra en el terreno de las expectativas. Y, por tanto, es razonable plantearse si, tanto los médicos como los medios de comunicación, tiene derecho a crear ilusiones infundadas en los pacientes. Muchos dirán que no.