Slow medicine

Sobre el ritmo de la medicina y el cuidado de los mayores

El movimiento Slow Food aspira a ser todo un estilo de vida. Fue fundado en 1986 por Carlo Petrini y tres años después se convirtió en una organización internacional para reivindicar en todo el mundo la ecogastronomía, es decir, el placer de comer respetando la tradición y la sostenibilidad del planeta. Frente a la “macdonalización” de la comida, la devaluación de los alimentos por la producción industrial y el consumo acelerado, esta organización simbolizada por un caracol propone una producción y un consumo más pausados, amables y respetuosos con las personas. Ahora, esta idea trata de trasladarse al ámbito médico con lo que se ha dado en llamar “slow medicine”.

Esta nueva etiqueta ha sido propuesta por el geriatra y médico de familia estadounidense Dennis McCullough como principio para orientar los cuidados de salud a las personas mayores. En su libro My mother, your mother, invita a recapacitar sobre los inconvenientes de la actual medicina hipertecnificada para abordar el cuidado de los mayores y propone una fórmula más amable y respetuosa: la slow medicine. El libro está dirigido a los hijos de las personas mayores para que se involucren en el cuidado de sus padres cuanto antes y puedan participar activamente en las decisiones que afectan a su salud evitando los efectos perniciosos de un sistema sanitario demasiado agresivo y deshumanizado. El planteamiento de la slow medicine no se centra en salvar la vida a cualquier precio y en aplicar todos los recursos diagnósticos y terapéuticos disponibles, sino en humanizar los cuidados de salud para hacer más llevadera la vejez. Las pruebas y los tratamientos recomendados a ciertas edades quizá no lo sean tanto a edades más avanzadas. Así, por ejemplo, McCullough señala que en los muy mayores es mejor hacer una prueba de sangre en heces en casa que una agotadora colonoscopia en el hospital, del mismo modo que a partir de cierta edad es preferible una exploración mamaria que una que una mamografía anual en el hospital. Asimismo, los tratamientos farmacológicos deberían ser continuamente reconsiderados en función de la edad y el estado de salud, ya que, por ejemplo, los fármacos antihipertensivos que pueden salvar la vida a los 75 años pueden causar problemas a los 95. Y es que para afrontar los problemas de salud asociados al envejecimiento, ya sea un achaque o una enfermedad importante, los poderosos recursos tecnológicos de la medicina no son ni suficientes ni siempre necesarios.

La “medicina lenta” no desdeña por principio la tecnología, sino que trata de ponerla en su sitio, pues el complejo médico-industrial no es precisamente la mejor respuesta a las necesidades de las personas mayores. La slow medicine gravita más sobre la familia que sobre el hospital y trata de ofrecer unos cuidados de salud con un rostro más humano. Pero, claro, eso exige una mayor y más profunda implicación de la familia y de los médicos. Quizá todo sea una cuestión de tiempo, de cambio de tempo.