Sobre la tendencia a la dilación y su psicología

[divider_flat] Una de cada cinco personas reconoce que suele dejar todo o casi todo para el último momento. Da igual que se trate de trabajos, de decisiones, de tareas domésticas, de citas o de las mismísimas compras de Navidad, para este 20% de la población la dilación habitual, el aplazamiento continuo, el posponer siempre las cosas es un hábito o, si se quiere, un estilo de vida. En inglés llaman procrastination a esta forma de ser o de ir –normalmente, tarde– por la vida, y procrastinator al que exhibe este comportamiento de forma crónica. El aplazamiento crónico puede tener repercusiones negativas sobre los demás, pero sobre todo perjudica a quien lo padece y le penaliza con una dosis extra de estrés. Por eso cuesta trabajo entender las razones por las que hay tanta gente que exhibe un comportamiento que, en principio, parece tan poco adaptativo.

Quien deja las cosas para el último momento pierde ciertas oportunidades o ventajas. Se arriesga no sólo a encontrarse con que ya no hay entradas para un espectáculo o que sólo quedan las peores, sino también a pagar recargos en las multas o en la declaración de la renta, a no poder acabar un trabajo o quedar mal por llegar tarde, a perder el tren para un viaje de fin de semana o algún otro tren más importante que sólo pasa alguna vez en la vida. Los psicólogos que han estudiado este hábito de posponer sistemáticamente las tareas y decisiones, como Joseph R. Ferrari, de la DePaul University de Chicago, consideran que se trata de un importante problema de autorregulación personal. Dejar las cosas para más tarde tiene que ver a menudo con una subversión de las prioridades, de tal modo que se anteponen tareas más triviales a la que de verdad importa. La tendencia al aplazamiento es una conducta que parece aprenderse en el medio familiar y que en algunos casos puede considerarse una forma de rebeldía. En cualquier caso es un problema que empieza en la infancia y que puede afectar a los estudiantes en su rendimiento académico, hasta el punto de que algunas universidades de EE UU, como la Stanford University, incluyen entre sus servicios de apoyo psicológico un Procrastination Workshop para enseñar estrategias de afrontamiento.

Aunque las excusas falsas y el autoengaño acompañan a menudo al aplazamiento de las tareas, las personas que incurren en esta dilación crónica lo pueden hacer por diversos motivos y mecanismos psicológicos. En algunos predomina un exceso de optimismo, en otros el peso de la duda o la indecisión y algunos otros un cierto placer por trabajar bajo presión. Tradicionalmente se ha considerado la procrastination como una conducta disfuncional, pero un artículo publicado en 2005 en The Journal of Social Psychology distingue entre los passive procrastinators y los active procrastinators: mientras los primeros se caracterizan por la indecisión y la mala gestión del tiempo, los segundos tienen un buen nivel de eficacia y de autocontrol, por lo que suelen llegar a tiempo. Aunque sea en el último momento.