Sobre la identificación emocional del médico con el enfermo

La capacidad de compartir emociones parece ser algo genuinamente humano y una de las bases de la cooperación social que nos ha permitido el desarrollo como especie. Al decir de los neurocientíficos, la empatía nos permite entender los sentimientos de otras personas no sólo porque nuestro cerebro puede adoptar su perspectiva, sino porque además tenemos la vivencia de dichos sentimientos. Por si no bastara con el cine como banco de pruebas, en experimentos con resonancia magnética funcional se ha podido comprobar que podemos revivir las alegrías, tristezas y desesperaciones de los demás con sólo verles la cara. En el acto médico, la empatía con el enfermo es un aspecto esencial, un ingrediente importante para el proceso de curación. Esto es algo bien sabido desde antiguo, pero ahora lo ha venido a subrayar el presidente del consejo directivo del American College of Physicians, Eric B. Larson, apuntando un método eficaz para que los médicos consigan mayor empatía con sus pacientes. Lo que este internista y director del Center for Health Studies de la University of Washington en Seattle (EE UU) sugiere a los médicos es que consideren la empatía como un trabajo emocional poco menos que obligatorio, y propone para ello un método basado en la interpretación teatral.

En un artículo que ha publicado recientemente en el Journal of the American Medical Association (JAMA), junto con su doctoranda Xin (Eva) Yao, apuesta por la utilización separada o simultánea de dos técnicas de interpretación: la actuación profunda, que moviliza la imaginación y los recuerdos emocionales para generar un genuino sentimiento de empatía con el paciente, y la actuación superficial, en la que el médico finge sus emociones para sintonizar con el enfermo. Los autores del trabajo señalan que la actuación profunda resulta más terapéutica para el paciente y satisfactoria para el médico, pero que la interpretación superficial puede ser necesaria cuando los valores del médico no coinciden con los del enfermo o sus creencias son diametralmente diferentes. En cualquier caso, indican que hay que entender la empatía clínica como una parte del trabajo médico que debería ser educada y ejercitada por los facultativos del mismo modo que lo hacen los actores.

En el epílogo de su autobiografía (póstuma), de una enorme grandeza literaria y humana, el historiador Javier Tusell escribe a propósito de la profesión médica: “Ahora que he vivido la enfermedad me resulta más difícil aún llegar a comprender a médicos o enfermeros. (…) Sigue sin caberme en la cabeza esa opción vital. Lo que si sé es que se debe de agradecer que otros la hagan por ti”. Lo que no entendía pero admiraba Tusell era precisamente cómo puede uno elegir la proximidad de la enfermedad y la muerte, los riesgos de compartir emociones con el enfermo que sufre y la exposición voluntaria a esta lacerante empatía. Bien mirado, las técnicas interpretativas quizá sean una buena vía para amortiguar este problema y a la vez ser mejor médico.