On the mysteries of the amygdala and social neuroscience

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[divider_flat] Quienes han convivido con perros conocen el sentido especial de estos animales para detectar la condición amistosa o amenazante de cualquier bípedo que se les acerque. Muchas veces los dueños de perros han tenido que dar la razón a sus compañeros irracionales al evaluar una presencia humana desconocida. Esta primera impresión canina se apoya, probablemente, más que en su buena vista, en su potente olfato, un sentido tan desarrollado que ahora hasta se quiere utilizar para hacer un primer screening del cáncer de vejiga dando a oler a perros adiestrados la orina humana, según mostraron el año pasado investigadores británicos en un trabajo publicado en British Medical Journal (BMJ). En los humanos, la primera impresión es también un eficaz mecanismo cerebral para hacernos un juicio rápido de un desconocido, quizá certero en muchos casos pero también fuente de numerosos malentendidos.

Con un primer vistazo, dirigido principalmente a la cara, los humanos registramos en cuestión de segundos un montón de datos de otra persona que vemos por primera vez: sexo, edad, estatura y peso aproximados, color de la piel…, y hasta nos creemos capaces de atisbar su nivel cultural y económico, profesión, estado civil, estado de salud e incluso hacernos una idea general de su carácter y temperamento. Con toda esta información, podemos formarnos un juicio rápido de si la persona es simpática o antipática, de confianza o peligrosa, que a la postre es lo que necesita saber el cerebro para planificar una respuesta.

Los neurocientíficos han averiguado que el órgano detector de peligros es la amígdala, un centro neurálgico de la vida emotiva que se activa ante la más mínima señal de amenaza y que cataloga de forma automática a un desconocido como amigo o enemigo en cuestión de milisegundos. Con las nuevas técnicas de imagen funcional, los investigadores han comprobado que la mayor actividad de la amígdala se registra ante una cara “peligrosa”. Los biólogos evolutivos explican este mecanismo inconsciente en términos de supervivencia y eficacia. Dicen, también, que las primeras impresiones agradables y positivas sobre una persona del otro sexo son una información condensada que viene a indicar que dicha persona es portadora de un buen material genético. Y explican asimismo que las mujeres tienen en general primeras impresiones más certeras porque pueden tener menos descendencia que los hombres y han de ser más eficaces en la selección de compañero.

Head House Lantern, by John Davies

 

Con todo, las primeras impresiones no resisten muchas veces un juicio más racional y sereno. Otras veces, al mirar una cara no vemos nada. Decía en una entrevista el escultor John Davies (Chesire, Reino Unido, 1946) que el rostro no es el espejo del alma, pues muchas veces la cara de un ser humano no dice nada, es sólo una máscara. Como afirmaba Davies, es eso precisamente lo que la hace más interesante. Y no sólo para el arte: los misterios del rostro son un desafío mayúsculo para la neurociencia.