Sobre la investigación de resultados en salud

La nueva etiqueta de “investigación de resultados en salud” o IRS, adaptada del inglés “health outcomes research”, empieza a gozar de cierto predicamento entre los médicos, pero hay que reconocer que no es demasiado afortunada. De entrada, es semánticamente confusa, ambigua, polisémica, imprecisa. ¿De qué resultados hablamos en una medicina colmatada de investigaciones y cuando ni siquiera se sabe a ciencia cierta qué es la salud? La medicina basada en la evidencia o MBE tampoco es precisamente una feliz denominación, pero la hemos asimilado ya como distintivo de la mejor medicina y credencial de uso común. Con la IRS, de momento sólo los iniciados saben que es el área de conocimientos que mide la efectividad de las intervenciones sanitarias (llámense tratamientos farmacológicos o cribado del cáncer de mama), que como también saben los iniciados no tiene nada que ver con la eficacia y con la eficiencia. Tres décadas después de que el epidemiólogo británico Archie Cochrane publicara su archiconocido ensayo Efectividad y eficiencia: Reflexiones al azar sobre los servicios sanitarios, los diccionarios no se han enterado de las disquisiciones técnicas de Cochrane y sus seguidores y no hacen prácticamente distingos entre eficacia (beneficio de una intervención sanitaria en condiciones ideales), efectividad (beneficio en condiciones reales de utilización)  y eficiencia (considera además los aspectos económicos).

Pero la distinción entre estos tres términos es hoy de vital importancia en medicina. Podría decirse, sin temor a exagerar, que son los tres pilares teóricos que sustentan la investigación clínica, la práctica asistencial y la gestión de los recursos. ¿Cómo no va ser importante la investigación de resultados en salud si de lo que se ocupa es, precisamente, de evaluar este segundo pilar, es decir, la efectividad de los tratamientos y otras tecnologías sanitarias? La IRS, a pesar de su desafortunado nombre, se ocupa de estudiar aspectos tan cruciales como la calidad de vida, la satisfacción del paciente, el cumplimiento terapéutico y, en definitiva, el beneficio real en condiciones habituales de utilización. La IRS nos saca de la caverna platónica y nos mete de hoz y coz en el mundo real. Igual que una mesa es una mesa en el mundo de las ideas y todos sabemos cuántas cosas pueden servir de mesa en la vida real, lo que funciona en las condiciones ideales de un ensayo controlado no funciona necesariamente igual de bien en las complejas circunstancias de la vida real, ya sea porque los pacientes no se toman el tratamiento o porque se descubre un efecto indeseado. La IRS tiene el mérito de ser un área de investigación centrada en el paciente, en su calidad de vida, en su satisfacción, pues al fin y al cabo él es el usuario, cliente o beneficiario de los servicios sanitarios. Pero la mejor manera de evaluar la efectividad es lo que ya no está tan claro, pues medir la práctica médica cotidiana no es tan fácil. Una cosa es la teoría y otra, la práctica. Efectivamente.