On the rise of the study of emotions in neuroscience and medicine[divider_flat]


[divider_flat]En un editorial publicado el 10 de julio en Medicina Clínica se mencionaban las siglas MBA en un sentido bien distinto al del mundo empresarial. Con la afortunada denominación de Medicina Basada en la Afectividad, el editorialista, Albert J. Jovell, quería llamar la atención del lector médico sobre la «pérdida del humanismo asociado a la práctica de la medicina». El mensaje de la MBA es que la práctica médica «no sólo debe apelar a la técnica sino también a los sentimientos», porque «la mejor tecnología disponible sigue siendo la comunicación médico-paciente».

Esta idea es sin duda compartida por muchos médicos, pero quizá nunca hasta ahora se había expresado con palabras tan afortunadas. Lo cierto es que este tipo de apelaciones a los afectos caen en un terreno bien abonado en los últimos años, debido a la enorme proliferación de estudios clínicos sobre la importancia de las emociones en la salud y de investigaciones sobre las biología de las emociones y los afectos. El público no especializado ha recibido también su buena ración ideológica con libros como Inteligencia emocional (concepto que algunos consideran como una de las grandes ideas de los noventa y que, por cierto, no es de Daniel Goleman, autor del best seller) y otros que han seguido su estela, como EQ. Cómo medir la inteligencia emocional (Edaf, 1998) o Educar con inteligencia emocional (Plaza & Janés, septiembre de 1999).

Hay quien piensa que las emociones pertenecen al terreno de lo inefable (para nombrar todas las emociones imaginables nos faltan palabras), pero esto no impide que cada año se publiquen centenares de trabajos científicos de muy distinto signo sobre las bases biológicas de la emotividad y sus diferentes formas. En el punto de mira están desde las emociones más básicas, como pueden ser el miedo, la tristeza o el poliédrico amor, hasta otras manifestaciones de la emotividad más delicadas y enigmáticas como es la risa, aunque los psicólogos sostienen que no cabe hablar de emociones «básicas» y «compuestas». La esfera de la emotividad es un globo de proporciones gigantescas que puede ser observado y estudiado desde numerosos puntos de vista y con muy variadas estrategias. Entre otras aproximaciones al problema, se está investigando el papel que juegan los distintos sistemas y estructuras cerebrales (como el sistema beta adrenérgico o la amígdala) y los dos hemisferios del cerebro, pues la consideración de que existe un hemisferio derecho más emocional y otro izquierdo más analítico ha quedado obsoleta por ser excesivamente simplista. Incluso las diferencias observadas entre la emotividad masculina y femenina no se ajustan a una realidad que muestra diferencias aun mayores entre individuos del mismo sexo que entre los dos sexos.

El papel de los olores en las emociones y las cualidades emocionales de los diferentes colores también están siendo estudiados. Se investigan también los efectos de las enfermedades sobre la emotividad y se suceden las reuniones científicas sobre aspectos como la emoción y la memoria o el abordaje científico de las emociones. Con la palabra «emotion», MedLine tiene registrados más de 65.000 trabajos. Y, sin salirse de internet, se puede acceder al Health Emotions Research Institute de la University of Wisconsin, que desde hace cinco años viene patrocinando el Annual Wisconsin Symposium on Emotion.

Quizá todo este frenesí científico sea prematuro, pero la acumulación de investigaciones acabará por decantar las aproximaciones más valiosas. Hay temas sin duda apasionantes como el de las emociones fingidas o el de la inteligencia emocional. El tiempo nos dirá si se llegará a crear un detector de mentiras o si podrá medirse el cociente emocional. Pero de momento ya ha caído el muro que había entre razón y emoción.