Entre dos aguas

Sobre la dos corrientes culturales en la medicina actual

[divider_flat] En el debate sobre las dos culturas, la humanista y la científica, ¿qué lugar ocupan la medicina y los médicos? La controversia puede interpretarse, por encima de otras consideraciones, como una disputa por la preeminencia intelectual, por el protagonismo público o, si se quiere, por un cierto control de los medios editoriales y de comunicación. Todavía en tiempos de Newton los científicos eran considerados filósofos naturales, pero la creciente especialización de los saberes fue abriendo una brecha entre los sabios de ciencias y los de letras. A mediados del siglo XX, como constataba el inventor de las dos culturas, Charles P. Snow, «en nuestra sociedad hemos perdido hasta la pretensión de poseer una cultura común. Las personas educadas con la mayor intensidad de que somos capaces ya no pueden comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y especialmente moral. Nos está llevando a interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar nuestras esperanzas en el futuro».

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Dicotomía y unificación

Sobre la vigencia del debate de las dos culturas

Lejos de haberse extinguido o de quedar como un episodio histórico demodé, el polémico debate sobre las dos culturas inaugurado por el científico y escritor británico Charles Percy Snow a mediados del siglo pasado sigue vigente y puede rastrearse hoy en muy diversos eventos culturales. La actual exposición en el Museo de Orsay de París para interpretar el origen de la abstracción pictórica a la luz de la ciencia o la simultánea Semana de la Ciencia de Barcelona con su llamamiento a la integración son sólo dos ejemplos de la fecundidad de una relación amor-odio que no tiene visos de solución y que por eso sigue dando mucho juego de letra impresa, conferencias, exposiciones y otros productos culturales.

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Dudas y paradojas

Sobre el beber, el fumar y asuntos paradójicos en general

[divider_flat] Bien mirado, es una suerte no estar dominados por la razón. Si así fuera, la situación sería difícilmente soportable: tal es la cantidad de sinsentidos, contradioses y otros fenómenos extraños y carentes de lógica que nos salen al paso, sin necesidad de ir a buscarlos. Pero la razón también tiene su corazoncito, valga la paradoja, y por eso confiamos en la ciencia para que resuelva pequeñas dudas, nos procure confort (físico, mental, material y hasta espiritual) y nos aclare algunas situaciones contradictorias. Lo que ocurre es que la ciencia es una gran fábrica de dudas y paradojas. Si se mira bien, parece como si la función de la investigación no fuera otra: tal es la cantidad de dudas y contradicciones, aparentes y reales, que nos descubre. (más…)

Medicina y religión

Las encuestas son de lo más socorrido: lo mismo sirven para remendar un roto literario que un descosido científico. Así que abriremos esta nueva sección poniendo a prueba el escepticismo del lector con los datos de una encuesta realizada en octubre de 1996 a 296 médicos de la American Academy of Family Physicians. En sus respuestas a la entrevista, el 99% de los médicos afirmaba estar convencido de que las creencias religiosas curan, mientras que el 75% creía que con las oraciones se puede ayudar a que un enfermo se recupere. ¿Sorprendente? Sin duda, aunque quizá lo sea todavía más el dato de que cerca de 30 facultades de medicina de Estados Unidos incluyen en su programa docente cursos de religión o de espiritualidad y salud. Y el fenómeno parece que va en auge.

Para contextualizar esta religiosidad del médico estadounidense, hay que decir que está totalmente en sintonía con el sentir de la población general de Estados Unidos, el país que tiene más parroquias por habitante y mayor porcentaje de práctica religiosa del mundo (el 60% asiste semanalmente a los oficios y el 75% reza una o más veces al día). Como nos muestra otra reciente encuesta realizada a 1.000 adultos estadounidenses, el 79% cree que la fe puede ayudar a la gente a recuperarse de la enfermedad y el 63% opina que los médicos deben hablar con sus pacientes sobre cuestiones de fe. Pues bien, en este terreno, tan religiosamente abonado, no es de extrañar que cada año se publiquen centenares de trabajos sobre la relación entre religión y salud (en MedLine hay recogidos más de 14.500 artículos con la entrada «religion», 600 de ellos en el último año). Muchos de estos artículos sugieren que existe una relación positiva entre religiosidad y salud, lo que aireado y voceado a los cuatro vientos por los medios de comunicación se traduce en el mensaje de que «la religión es buena para la salud».  Hay incluso medios especializados en el tema: vean si no la versión electrónica de la revista Spirituality and Health, de cuya salud comercial nos da alguna pista el hecho de que la publique un ex editor del Harvard Business Review.

¿Pero qué hay de cierto sobre la supuesta relación entre salud y religión? A la luz de la evidencia médica, la que discrimina la verdad científica de las medias verdades, nada o casi nada. En la sección Viewpoint del número de mañana, 20 de febrero de 1998, de The Lancet se hace una interesante revisión de la evidencia empírica, además de discutir diversos aspectos éticos, en la que sus autores concluyen que «incluso en los mejores estudios, la evidencia de una asociación entre religión, espiritualidad y salud es débil e inconsistente». Richard P. Sloan y los demás autores  (todos ellos de Estados Unidos, de la Universidad de Columbia, en Nueva York) afirman que «muchos de los datos científicos que sustentan afirmaciones sobre salud y religión son más que cuestionables». En las varias docenas de trabajos con los que ilustran su revisión se identifican algunos defectos comunes, principalmente la realización del estudio con pocos sujetos y la falta de control de otros factores que pudieran influir en los resultados, como la edad, el estado general de salud y las conductas de salud. Otros estudios no aciertan a hacer los ajustes estadísticos apropiados o fallan a la hora de presentar los datos. Y, además, queda pendiente el problema de definir qué es eso de la religiosidad. Por todo ello, los autores concluyen que «es prematuro promover la fe y la religión como tratamientos médicos complementarios», aunque reconocen que «a muchos las prácticas religiosas y espirituales les reconfortan en el trance de la enfermedad».

Pero es que, aun en el caso de que quedara demostrado que la salud se fortalece con la religiosidad, ¿tendrían los médicos que recetar oraciones, misas y otras prácticas religiosas a sus pacientes? Como argumentan Sloan y sus colegas, la relación positiva entre el estar casado y la salud está bastante bien establecida, y no por eso los médicos aconsejan a sus pacientes que se casen. Mezclar la medicina y la religión tiene sus riesgos, y la vía religiosa no parece la más racional para promover la salud, entre otras cosas porque el tiro puede salir por la culata si el paciente asume que la enfermedad se debe a su falta de fe religiosa. Es cierto que hay muchas cuestiones éticas y científicas que desenredar, pero la medicina americana se encargará sin duda de que la religión no decaiga en la literatura médica. Así que, como diría un líder americano para rematar su alocución: «Dios bendiga a América».