La inactividad física mata y mucho, de eso no hay ninguna duda. Es uno de los cuatro principales factores de riesgo de muerte a nivel global. La OMS le imputa el 6% de todas las muertes, un porcentaje similar al atribuido a la hiperglucemia y solo inferior al del tabaquismo (9%) y la hipertensión arterial (13%). La inactividad es, además, la principal causa del 21-25% de los cánceres de mama y colon, del 27% de la diabetes, del 30% de la enfermedad coronaria, etc. Las cifras pueden variar en cada país, pero las pruebas científicas son incontestables. Son tan incontestables como las que muestran los efectos beneficiosos de la actividad física. Estos beneficios son tan numerosos que parece que estamos ante uno de esos remedios falsos que sirven para casi todo, con la gran diferencia de que muchas de las bondades del ejercicio, aunque no todas, son ciertas.

El ejercicio no solo ayuda a prevenir la diabetes, los ataques cardiacos, los ictus, diversos tipos de cáncer y otras enfermedades. También ayuda a mantener la salud y alargar la vida: un trabajo en The Lancet calculó que si desapareciera la inactividad física del mundo, la esperanza de vida aumentaría entre 0,41 y 0,95 años. La lista de posibles beneficios para la salud del ejercicio moderado, inventariada por la American Heart Association, es de lo más prolija. Pero en esta lista se incluyen también algunos de lo más variopinto; se dice, por ejemplo, que “mejora la autoimagen”, “promueve el entusiasmo y el optimismo”, “ayuda en la lucha para abandonar el tabaquismo”, “contrarresta la ansiedad y la depresión” y “aumenta los niveles de energía”, como si se tratara de una pócima milagrosa.

Lo cierto es que muchas de las virtudes atribuidas al ejercicio están lejos de ser demostradas. Así, no está nada claro que mejore la depresión, pues en el mejor de los casos es solo moderadamente más eficaz que la ausencia de tratamiento, pero no es más eficaz que los antidepresivos o que la psicoterapia. La verdad científica actual es que no hay pruebas que avalen que el ejercicio mejora la calidad de vida de los deprimidos (revisión Cochrane, 13 de septiembre de 2013). Tampoco está demostrado que el ejercicio ayude a dejar de fumar (revisión Cochrane, 29 de agosto de 2014), como no lo está que la utilización de podómetros incremente la motivación y la actividad física (revisión Cochrane, 30 de abril de 2013).

¿Y qué decir de toda la retahíla de mensajes que proclaman las publicaciones y las páginas web sobre bienestar, calidad de vida, forma física, etc.? Muchos de estos mensajes sobre las actividades más recomendables para adelgazar, mantener el cuerpo y el cerebro en forma o prevenir tal o cual enfermedad van más allá, en muchos casos, de lo que se sabe a ciencia cierta, por más que se invoquen estudios científicos. Y es que la mayoría de estos estudios no son controlados, algunos han sido realizados en ratas (véase, por ejemplo, el reciente artículo Which Type of Exercise Is Best for the Brain?), y muchos ofrecen resultados que solo pueden considerarse exploratorios.

Pero sin duda el más controvertido de los mensajes es que el ejercicio es la mejor fórmula para adelgazar. Perder peso es la principal motivación que tiene mucha gente para ir a un gimnasio o empezar a hacer ejercicio. Es, además del gran reclamo de la industria del fitness y el deporte, la coartada perfecta para la industria de las bebidas y alimentos azucarados. Sin embargo, el ejercicio tiene, por sí mismo, una capacidad adelgazante limitada (una reciente investigación publicada en Current Biology explica las razones biológicas de esta limitación). La clave está en la dieta, por más que alguna multinacional se empeñe en tergiversar las pruebas científicas (véase el revelador artículo Coca-Cola Funds Scientists Who Shift Blame for Obesity Away From Bad Diets, publicado en The New York Times).

La actividad física constituye uno de los pilares básicos para mantener la salud. Por eso las autoridades sanitarias recomiendan que todos los adultos realicen 150 minutos semanales de ejercicio físico moderado (como ir en bicicleta o caminar rápido) además de ejercicios de fuerza de los principales sistemas musculares. Sin embargo, menos del 40% de la población mundial hace suficiente ejercicio. Apenas un 20% de la población tiene un trabajo activo, por lo que hay que recurrir a otras vías para ejercitarse. El ejercicio físico se ha convertido en una magnífica medicina porque somos sedentarios, pero tampoco es la panacea de la salud y el bienestar. Y mucho menos la solución para los problemas de sobrepeso y mala alimentación.