Sobre los efectos perjudiciales del aislamiento humano y su estudio científico

La soledad perjudica gravemente la salud. Esta idea la suscriben sin duda buena parte de los ciudadanos y profesionales sanitarios de las sociedades desarrolladas, en las que la cantidad y la calidad de las relaciones sociales se han ido reduciendo progresivamente. Ciertamente, vivir solo y sentirse solo se asocia con un riesgo elevado de sufrir enfermedades crónicas y muerte prematura. Numerosos estudios observacionales han respaldado esta asociación en las últimas décadas, desde que en 1988 una revisión de cinco estudios prospectivos concluyera que la falta de relaciones sociales predice una mayor mortalidad y planteara la hipótesis de que existía una relación causal. Hoy, el mensaje de que la salud se resiente por la soledad ha calado hondo en las sociedades desarrolladas, aunque estamos lejos de entender su base científica y acometer eficazmente la prevención y el tratamiento del problema.

Hasta ahora, poco o casi nada se sabía sobre los mecanismos biológicos que explicarían por qué la gente sola enferma más y muere antes. Una investigación publicada en Procedings of the National Academy of Sciences (PNAS) aporta ahora una plausible explicación. Este trabajo viene a sugerir que la gente aislada podría tener un sobreestimulación del sistema nervioso simpático (responsable de la respuesta instintiva de “lucha o huida” codificada en nuestros genes) junto con una mayor producción de células inflamatorias en la médula ósea y un descenso de producción de proteínas antivirales.

Pero esto es solo una hipótesis. El artículo de PNAS da cuenta de una sofisticada investigación experimental realizada con parámetros biológicos de humanos que se sienten solos y de macacos Rhesus sometidos a aislamiento. Aunque el estudio sugiere que los macacos aislados pueden ser más susceptibles a las infecciones virales, no demuestra que las personas aisladas socialmente vayan a enfermar más o morir antes. Tampoco demuestra que el mecanismo biológico propuesto sea el único implicado, ni mucho menos. La soledad es un sentimiento complejo y difícil de estudiar científicamente, pues puede estar influenciado por muchas circunstancias sociales, económicas, biográficas, psicológicas y de salud. Realmente es poco plausible que responda a un solo factor desencadenante. Es posible que las personas con enfermedades crónicas estén menos motivadas a relacionarse con otras personas, lo cual aumenta su sentimiento de soledad, entrando de esta manera en un círculo vicioso. Pero esto no deja de ser también una especulación.

Casi todo lo que la ciencia nos dice sobre la relación entre la soledad y la enfermedad y/o la muerte es producto de la mera observación (científica, eso sí). Los estudios observacionales realizados han conseguido correlacionar claramente la soledad humana (la reducción cuantitativa y cualitativa de las relaciones sociales) no solo con una peor salud mental sino también con una mayor morbilidad y mortalidad. El estudio de PNAS no es propiamente un experimento, pues no interviene sobre las variables, pero propone una explicación parcial plausible y un modelo animal para seguir investigando y confirmar biológicamente que la soledad es una causa cierta de enfermedad y muerte prematura.

De momento podemos afirmar que es un importante factor de riesgo. Un metaanálisis publicado en 2010 en PLoS Medicine y realizado con los datos de 148 estudios observacionales llegó a la conclusión de que la influencia de las relaciones sociales sobre el riesgo de muerte es comparable a la de otros factores de riesgo, como el tabaco o el consumo de alcohol, y superior a la de la inactividad física y la obesidad. De modo que no hace falta mucha más ciencia para intervenir. Los profesionales de la salud deberían considerar las relaciones sociales tan en serio como otros factores de riesgo que elevan la morbilidad y la mortalidad. Lo que falta, eso sí, es estudiar cómo se pueden “recetar” relaciones sociales para reducir el riesgo de enfermar y morir prematuramente, más allá de todo el mundo puede pedir y ofrecer compañía para paliar esa agresión silenciosa que llamamos soledad. Otro asunto todavía más complejo es cómo cambiar el rumbo de esta sociedad nuestra, cada vez más individualista, que camina peligrosamente en una dirección que nos aleja de nuestra naturaleza social.