Sobre la aparición del lenguaje como un subproducto en la evolución[divider_flat]

Abundan en palacios y edificios históricos, aunque muy pocos las llaman por su nombre. Enjuta o albanega es el nombre que recibe el espacio triangular que deja un arco inscrito en un rectángulo de pared, y que la Wikipedia define como la superficie delimitada por el extradós de un arco y el alfiz. Las pechinas son un tipo de enjuta tridimensional: cada uno de los cuatro triángulos curvilíneos que forman el anillo de la cúpula con los arcos sobre los que descansa. Basta ver una para saber lo que son y darse cuenta de que, a pesar de que resultan zonas muy apropiadas para colocar pinturas u otras ornamentaciones, son como espacios sobrantes o un resultado accidental de enmarcar un arco.

En inglés se llaman spandrel,  que es también un término arquitectónico o palabra culta con un uso muy restringido. El 21 de septiembre de 1979, el biólogo evolutivo y gran divulgador científico Stephen Jay Gould, junto con el genetista Richard Lewontin, publicó en la revista Proceedings of the Royal Society del Reino Unido un artículo que acabaría dando un nuevo sentido a las pechinas o enjutas y que llevaba un título metafórico: The spandrels of San Marco and the panglossian paradigm: a critique of the adaptationist programme (Las pechinas de San Marcos y el paradigma panglossiano: crítica del programa adaptacionista).

A partir de entonces, la palabra spandrel salió de los dominios de la arquitectura para adentrarse en los de la biología evolucionista y la genética. ¿Qué es un spandrel o una pechina en este nuevo contexto? Según Jay Gould, es un subproducto de la evolución y no una solución adaptativa que surge por selección natural como resultado de una mutación. Un ejemplo serían las plumas de las aves, que han resultado muy útiles para volar pero que debieron de surgir como respuesta adaptativa para conservar la temperatura corporal.

El lenguaje, según sostenía también el propio Jay Gould, sería un buen ejemplo de spandrel. Como una hermosa enjuta o albanega en la fachada de la especie humana, podría ser que el habla fuera un resultado azaroso, un accidente que a la postre ha resultado providencial para el hombre, pero que inicialmente fue el subproducto innecesario de un cerebro seleccionado por la evolución para menesteres más importantes, como es la pura supervivencia.

El lingüista Noam Chomsky ha ido uno de los que apoyó esta idea de que la capacidad del lenguaje no era una solución adaptativa para favorecer la comunicación interhumana, sino algo superfluo, una de las muchas posibilidades que ofrecía un cerebro de gran tamaño, necesario para sobrevivir y para hacer posible, entre otras cosas, toda la multiplicidad de emociones que nos permite leer el mundo de una forma eficaz y tomar decisiones óptimas. Quizá el lenguaje fue al principio una herramienta solipsista para hablar con uno mismo y descifrar esos pensamientos condensados que son las emociones. La poesía o la simple conversación sobre lo humano y lo divino vendrían mucho después.

Foto: Las pechinas de la basílica de San Marco, en Venecia. HarshLight / Flickr

Entrada publicada el 30.11.2012 en Molienda de ciencia @ Molino de Ideas