Sobre los cambios en la medicina y la responsabilidad individual

[divider_flat] Hubo un tiempo no tan lejano en el que los médicos no eran profesionales sanitarios o proveedores de servicios sanitarios (health care provider), como se les llama ahora, sino simplemente médicos. Su trabajo consistía en tratar las  enfermedades de la gente y en acompañarles en los trances del nacimiento y la muerte. Muchos de ellos ejercían su profesión guiados por el único faro de su experiencia personal y un bagaje científico elemental. La tecnología médica era más bien rudimentaria y, en general, el poder de la medicina, bastante limitado. La fe de médicos y pacientes en la ciencia y en el arte de curar era también probablemente menor que ahora. Eran, sin duda, otros tiempos.

Entonces las personas no tenían estilos de vida, simplemente tenían vidas. La gente trabajaba y descansaba, alternaba penas y alegrías, tenía hijos y enfermaba, vivía y un día moría. Las diferencias de comportamiento en asuntos como la alimentación, el ejercicio físico, los hábitos de consumo, el sexo o el empleo del tiempo de ocio no se caracterizaban como estilos de vida, un concepto que es considerado actualmente como uno de los pilares de la salud. La diferencia radica en que el estilo de vida es algo que uno elige y la vida es lo que le ocurre a uno, como apuntaba la internista estadounidense Faith T. Fitzgerald en un artículo publicado en The New England Journal of Medicine el 31 de julio de 1994. Las cosas han cambiado tanto que hoy parece que la salud es algo que uno puede elegir, como un bien de consumo, pero en otro tiempo era simplemente un don, como la vida misma.

En ese tiempo pasado los médicos hablaban más con sus pacientes y estaban menos especializados, y quizá por eso les era más fácil ver a la persona en su conjunto. Tenían más autoridad y la casuística personal tenía un peso determinante en su práctica profesional. No había nacido la medicina basada en la evidencia, que es el actual estandarte del ejercicio médico responsable. Tampoco se había desarrollado la bioética, ni la ingeniería genética, ni la fecundación in vitro, ni tantos otros adelantos técnicos que han llevado a pensar que todo puede ser posible para la medicina. Y, sin embargo, probablemente no había tantos pacientes insatisfechos y médicos descontentos.

Quizá se haya desfigurado el rostro humano de la medicina, pero el tiempo pasado no fue mejor. La medicina es ahora mucho más científica y eficaz, más deliberativa y consciente de sus problemas, que son muchos. Los pacientes empiezan a ser sujetos activos y responsables de su salud, algo sin duda positivo pero que tiene sus sombras: el énfasis desmedido en los estilos de vida (lo que se ha llamado bioestilismo); la culpabilización y penalización de ciertas conductas de riesgo y, en fin, la imposición de una norma de lo que es bueno para la salud y lo que no lo es. ¿Por qué se culpabiliza al obeso, al drogadicto o al sedentario y no al que hace deportes de alto riesgo? Aunque la responsabilidad personal es clave para la salud individual y la del sistema sanitario, habría que evitar caer en un despotismo de la salud, sobre todo cuando no hay ensayos clínicos u otras pruebas que demuestren que ciertas medidas ahorran costes y no tienen efectos perjudiciales. Además, la vida, la idea de salud y la propia medicina dan muchas vueltas.