Sobre las razones por las que se usan tratamientos que no funcionan

La medicina actual deja mucho que desear, pero es claramente mejor que la de hace siglos o incluso que la de hace sólo unas décadas. Se la acusa, entre otras cosas, de deshumanizada y de poco científica. Y, sin duda, no faltan razones para apoyar estas acusaciones. Sin embargo, ¿acaso eran más humanitarias o más científicas las “carnicerías” que precedieron a la cirugía moderna, la utilización de sanguijuelas o el uso como medicamentos de algunas sustancias que con el tiempo se ha comprobado que eran auténticos venenos? La medicina basada en pruebas o evidencias está empezando ahora a despuntar, pero la experiencia individual y los prejuicios de muchos médicos prevalecen todavía en demasiados casos a la hora de abordar el tratamiento de los enfermos.

La historia de la medicina es un catálogo de tratamientos ineficaces que, en el mejor de lo casos, no causaban un daño mayor. Pensemos en las sangrías o en la cauterización de las heridas, pero también en tratamientos ineficaces mucho más recientes como la administración de insulina para tratar la esquizofrenia o en la terapia hormonal para prevenir la enfermedad cardiovascular. ¿Por qué los médicos utilizan tratamientos que no funcionan?, se planteaba el British Medical Journal en un editorial de hace unos años. Jenny Doust y Chris Del Mar, los autores del artículo, desgranaban múltiples razones, desde la experiencia clínica a las elevadas expectativas que se tienen sobre un tratamiento. Y un médico de Canadá, Malvinder S. Parmar, en su rapid response al editorial, las resumía y ampliaba de esta forma tan atinada: “Nosotros [los médicos] hacemos lo que hacemos porque otros médicos lo hacen y no queremos ser diferentes, así que lo hacemos; o porque así nos lo enseñaron (los profesores, colegas y residentes); o porque nos obligaron a hacerlo (los profesores, administradores, autoridades gubernamentales o quienes formulan las directrices) y pensamos que debemos hacerlo; o porque el pacientes así lo quiere y pensamos que debemos hacerlo; o porque hay más incentivos (pruebas innecesarias [en especial por los médicos más intervencionistas] y consultas innecesarias), creemos que debemos hacerlo; o por el temor (al sistema judicial y las demandas), nos parece que debemos hacerlo (es decir, cubrirnos las espaldas); o porque necesitamos un tiempo (para que la naturaleza siga su curso), de modo que lo hacemos; por último, porque es lo más común, porque tenemos que hacer algo (justificación) y no usamos el sentido común, de modo que lo hacemos”.

Voltaire, como se recordaba en el editorial, decía que “el arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la naturaleza cura la enfermedad”. La medicina no es una ciencia –ni tampoco un arte, como suele proclamarse– sino una actividad humana que no puede sustraerse de la tradición y de las expectativas de médicos y pacientes. Y tampoco es realmente una actividad basada en datos objetivos porque todavía hay demasiados rituales y prejuicios.