Sobre las prisas, el déficit de atención y la cultura multitarea

Uno de los rasgos más insidiosos de nuestra cultura es la multitarea. Queremos hacer más cosas en menos tiempo y el mejor atajo es hacer varias tareas a la vez: cenar mientras vemos la televisión, hablar por teléfono mientras caminamos o conducimos, leer las noticias mientras trabajamos… Pero la multitarea, literal y metafóricamente, nos mata. No es sólo una de las principales causas de los accidentes de tráfico; también mata la concentración, el rendimiento intelectual, el aprendizaje, el placer de las cosas bien hechas. Las nuevas tecnologías nos permiten realizar muchas tareas simultáneamente, pero nuestro cerebro se resiste porque no está biológicamente preparado para ello, por más que muchos jóvenes se empeñen en chatear, ver la televisión, hablar por teléfono y otras muchas cosas más a la vez que estudian. A pesar de las posibles diferencias entre hombres y mujeres, el cerebro humano es, esencialmente, una máquina monotarea, porque las actividades conscientes requieren una cierta concentración y la atención sólo puede focalizarse en un asunto. Si se atienden varios objetos a la vez, la atención se debilita, el aprendizaje se resiente y decae el rendimiento. Y llega el error o el accidente.

Escuchar o leer con atención, hacer algo con los cinco sentidos o simplemente sin distracciones nos resulta a menudo difícil. Las interrupciones son la norma, tanto en el ocio como en el trabajo. La firma estadounidense Basex calcula que representan el 30% de la jornada de un trabajador intelectual y cuestan 650.000 millones anuales a las empresas de EE UU. Pero no es sólo una cuestión de pérdidas y beneficios, de rendimiento y eficacia, sino sencillamente de hacer las cosas mejor o peor. No es una paradoja que la hiperactividad característica de nuestra época vaya asociada a un deterioro de la atención. El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), que afecta a muchos niños y jóvenes y a no pocos adultos, parece tener un elevado componente genético, pero está claro que, sea cual sea su componente ambiental, encuentra en nuestra cultura un terreno abonado para florecer. Los afectados por este trastorno presentan un claro déficit de atención, sobre todo en situaciones que exigen esfuerzo mental o son poco atractivas, pero quien más quien menos experimenta algún déficit de atención por la multitarea.

En nuestra cultura, el tiempo es un bien de lo más preciado, hasta el punto de que lo llegamos a considerar como un recurso económico o monetario. El lenguaje nos delata y lo confirma: “perder el tiempo”, “aprovechar el día”, “el tiempo es oro”, “ganar unos minutos”, “invertir el tiempo”. Posiblemente sea esta idea del tiempo como valor económico la que nos empuja a la multitarea y a sufrir sus efectos perniciosos: por querer hacer más cosas, hacemos menos, y peor hechas. Más que atareados, estamos multiatareados, a la vez que estresados, insatisfechos y vaya usted a saber cuántas cosas más. Y todo por no hacer las cosas como es debido: de una en una.