Sobre la influencia de los compuestos orgánicos persistentes en la salud

Todo lo químico, en oposición a lo natural, está hoy bajo sospecha, por más que este antagonismo sea ficticio (el hombre, los animales y toda la naturaleza son en definitiva pura química). Esta mala prensa se debe en buena medida a la demostrada toxicidad, tanto para el ser humano como para el medio ambiente, de muchos de los compuestos creaos por el hombre. De las 100.000 nuevas sustancias puestas en circulación por la industria química en el último siglo, hay un grupo de tóxicos especialmente preocupante porque se acumulan en los seres vivos, se transmiten de madres a hijos y afectan a la salud. Son los llamados compuestos orgánicos persistentes o COP (POP en inglés), una serie de plaguicidas, pesticidas, aislantes, lubricantes y otras sustancias, entre las que el DDT y las dioxinas son algunas de los más conocidas.

Una de las características que hace más peligrosos a los COP es su persistencia durante décadas en el medio ambiente y en el organismo humano. Como son liposolubles, se acumulan preferentemente en la grasa de los organismos y se difunden así a través de las cadenas tróficas. En el hombre penetran sobre todo con los alimentos, se mantienen circulando por la sangre e impregnan diversos órganos y tejidos. Los estudios epidemiológicos sobre los niveles séricos de estos contaminantes reflejan una gran variabilidad poblacional en función de la actividad industrial y los hábitos de consumo de cada país. Aunque la información disponible es muy fragmentaria, en general las personas con sobrepeso y las de mayor edad tienen niveles de COP más altos. Para muchos epidemiólogos está claro que una parte importante de las enfermedades más prevalentes en nuestra sociedad, desde la diabetes al cáncer, está causada por estos compuestos, por más que la relación causal sea difícil de probar.

¿En qué medida la actual epidemia de diabetes se debe a los COP? ¿Cuántos de los 12 millones de nuevos casos de cáncer anuales tienen que ver con los COP? Es difícil saberlo, porque la etiología de estas enfermedades es compleja, pero muchos investigadores sostienen que estos compuestos son un riesgo real para la salud. El Convenio de Estocolmo, aprobado en 2001 y sucrito por la UE en 2005, prevé la eliminación o reducción de los compuestos más peligrosos. Mientras tanto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? A nivel individual, poca cosa, aparte de concienciarnos del problema, prevenir la obesidad y vigilar la dieta. Todos estamos contaminados por los COP y lo importante es no bajar la guardia colectivamente para que se hagan más estudios que promuevan la vigilancia y el control de estas sustancias. Recientemente se ha publicado el libro Nuestra contaminación interna (Los libros de la catarata, 2009), coordinado por los epidemiólogos Miquel Porta, Elisa Puigdomench y Ferran Ballester, que resume todos los datos y estudios disponibles sobre estos compuestos. Y una de sus principales enseñanzas es que los COP son una buena oportunidad para repensar nuestra democracia, nuestros hábitos de consumo y nuestro estilo de vida, y algo tan consustancial a nuestra sociedad como es la noción de riesgo y su gestión.