Sobre la fusión de ciencia y periodismo en las revistas médicas

[divider_flat] La semana pasada, el 4 de noviembre, cumplió 140 años y está en perfecta forma. La revista Nature, respetada como ninguna otra publicación científica y con un vigor intelectual que para sí quisieran muchas, parece haber alcanzado un punto de sazón envidiable entre experiencia y lozanía. Puede exhibir con orgullo haber recogido en sus páginas algunos de los mayores hitos científicos, como la estructura del DNA o la secuencia del genoma humano, sigue siendo la revista científica general con mayor factor de impacto, mantiene un elevado nivel de suscripciones y, además, cuenta por millones el número de visitantes de su portal en Internet, con cifras comparables a las de los periódicos más populares. ¿Cuál es su secreto?

Nature no es, contra lo que algunos puedan pensar, un ladrillo científico, un aburrido e impenetrable tocho de papers. También puede resultar sorprendente saber que la fórmula editorial de lo que hoy es la revista científica más dinámica y prestigiosa ha sido elaborada cuidadosamente por sólo siete directores a lo largo de su casi siglo y medio de historia.

En abril de 2009 murió John Maddox, el penúltimo patrón y quien sentó las bases del éxito de la revista actual, un híbrido del mejor periodismo científico y la mejor ciencia. Y es que en Nature las secciones periodísticas o rojas son tan importantes como el grueso de páginas grises (este es el color que las distingue) dedicadas a revisiones científicas, artículos originales y cartas. Las noticias, el debate, la opinión, la revisión de libros y los reportajes periodísticos en la edición impresa, complementados en Internet por un buen número de blogs y otros contenidos, conforman un envoltorio de lo más atractivo para el núcleo duro de papers. Si Nature tiene algún secreto, este no es otro que el mantener un elevado nivel de rigor e independencia tanto en su parte científica como en la periodística.

Las revistas científicas y médicas, dice Richard Smith, ex director del BMJ, son como los restaurantes o cualquier otro pequeño negocio: son muchos los que empiezan y pocos los que sobreviven a largo plazo. En su libro The Trouble with Medical Journals dice Smith que en el Reino Unido, cuna de las mejores publicaciones científicas, empezaron a editarse unas 40 revistas médicas entre 1640 y finales del siglo XVIII, de las cuales no sobrevive ninguna; entre 1800 y 1840, aparecieron otro centenar de revistas médicas, y de ellas sólo sigue en la brecha The Lancet.

El BMJ nació en 1840 y ahí sigue, con una frescura y un músculo intelectual comparables a los de Nature. Si hay algo que tienen en común estas y otras revistas veteranas es que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos de Internet, mantener el rigor y renovar sus contenidos para seguir resultando atractivas a sus lectores. En el pasado, como apunta Richard Smith, las revistas han estado más preocupadas por satisfacer a los autores que a los lectores, pero su futuro, si es que tienen algún futuro, pasa sin duda por implicarse más con los lectores. Y para ello tendrán que hibridar medicina y periodismo y, sobre todo, no resultar aburridas.