Sobre la revisión del Juramento Hipocrático y el fin del paternalismo

La medicina está cambiando como pocas profesiones. No es sólo una cuestión de progreso técnico, sino sobre todo de valores. Ni médicos ni pacientes son lo que eran hace unas décadas porque su relación mutua se ha transformado profundamente. La apertura de la información médica a todos los ciudadanos ha ayudado a ventilar la casa cerrada de la medicina, pero el mayor soplo de aire fresco viene de la mano de la bioética y el fin del paternalismo. Si desde Hipócrates el paciente era el que no sabía y el médico el que administraba su sabiduría en beneficio del enfermo, ahora son ambas partes las que gestionan de mutuo acuerdo la incertidumbre que conlleva cualquier acto médico.

Aunque todavía se practica en algunas facultades, el Juramento Hipocrático es más un rito que un auténtico código de conducta actualizado. En lo esencial sigue siendo válido, pero sus alusiones a hombres libres y esclavos, a dioses y diosas, son anacrónicas. Su manifiesta oposición al aborto y la eutanasia lo deja fuera de la ley en los países en los que estas prácticas están legalizadas. Pero sobre todo resulta obsoleto como código deontológico porque deja fuera muchos aspectos éticos importantes, desde los derechos de los pacientes a los conflictos de intereses. En 1949, tras la II Guerra Mundial y el conocimiento de las atrocidades de algunos médicos en la Alemania nazi, la Asociación Médica Mundial (WMA) elaboró un Código Internacional de Ética Médica, revisado después varias veces, en el que se detallaban los deberes de los médicos y se incluía una promesa que incluía un apartado muy pertinente: “No permitiré que consideraciones de afiliación política, clase social, credo, edad, enfermedad o incapacidad, nacionalidad, origen étnico, raza, sexo o tendencia sexual se interpongan entre mis deberes y mi paciente”. Una de las versiones del Juramento Hipocrático más aplaudidas es la que escribió en 1964 el farmacólogo Louis Lasagna, que se sigue usando en muchas facultades de EE UU. En él se dicen cosas tan acertadas como esta: “Recordaré que la medicina hay arte al igual que ciencia, y que la cordialidad, simpatía y el entendimiento pueden tener mayor peso que el bisturí o el fármaco”. O esta otra: “No me avergonzaré de decir ‘no sé,’ ni dejaré de llamar a mis colegas cuando las habilidades de otro se necesitan para la recuperación de un paciente.”

El principio de beneficencia queda bien recogido en los juramentos, pero hace falta que también el principio de autonomía del paciente sea considerado como merece. Junto con el de justicia, estos son los dos grandes principios de la ética médica. Si el médico está obligado a buscar el beneficio del paciente y éste tiene el derecho y el deber de tomar decisiones informadas, a las autoridades sanitarias les corresponde ser justos en la gestión de los recursos. Más que paternalismo y juramentos, lo que la medicina necesita es el compromiso moral de médicos y pacientes, y que la sociedad entera profundice en la saludable cultura del pactismo para conciliar sus respectivos derechos y deberes.