Sobre la retirada del mercado del viejo termómetro de mercurio

Dentro de un par de semanas se dejarán de vender en España los entrañables termómetros de mercurio. Según recoge el BOE del 12 de febrero de 2009, el 3 de abril es la fecha límite para la venta al público de estos aparatos que han asistido inmutables al desarrollo de la medicina durante casi tres siglos. Los termómetros de cristal con un capilar interno por el que se dilata el mercurio, inventados por Fahrenheit en 1714, han sido testigos del nacimiento de la antisepsia, de los antibióticos, de la biología molecular y de tantos otros avances médicos decisivos. Han resistido de forma admirable a la progresiva tecnificación del diagnóstico y de la medicina en general, y su presencia entre tanto aparato digital y sofisticado empezaba a tener el aroma de las reliquias.

Cada ampolla de mercurio de un termómetro contiene aproximadamente un gramo de este metal tóxico, una cantidad suficiente para contaminar miles de litros de agua. Cuando se rompe el cristal, las bolitas líquidas de brillo plateado que quedan sueltas (etimológicamente, mercurio o hydrargyrum, significa “plata líquida”) desprenden vapores que por sí mismos ya son nocivos para el sistema nervioso. Además, la mala gestión de los residuos de mercurio de termómetros y otros aparatos de medida, aparte de lámparas y desechos industriales, plantea un grave problema ambiental y para salud humana. Y es que, una vez en el ambiente, el mercurio se transforma –por la acción de ciertos microorganismos– en metilmercurio, un producto todavía más tóxico y que se acumula en los animales. A día de hoy, casi todos los pescados y mariscos contienen trazas de metilmercurio, según la Environmental Protection Agency (EPA) de EE UU, y su consumo produce una peligrosa acumulación de esta sustancia tóxica en el organismo. Todas las virtudes que tiene el consumo de pescado (proteínas de alta calidad, ácidos grasos omega-3, pocas grasas saturadas) se ensombrecen por la sospecha de que contengan mercurio, que es especialmente peligroso para la mujer embarazada y los niños pequeños. El envenenamiento por este metal, que afecta al cerebro, a los pulmones y otros órganos, se conoce desde hace décadas, pero lo que no se sabía es su alarmante presencia en la cadena alimentaria y su condición de tóxico persistente.

Cada año se utilizan unas 30 toneladas de mercurio para fabricar termómetros (la demanda para todos los usos industriales es de 3.600 toneladas), por lo que la retirada de estos aparatos del mercado particular estaba cantada. No se prohíbe, de momento, la venta de termómetros de mercurio para uso profesional ni el de los que tienen más de medio siglo de antigüedad en el mercado de segunda mano, por ser pocos y poco menos que piezas de museo de historia de la medicina. Aunque su utilidad para medir la fiebre sigue siendo incuestionable, el viejo y querido termómetro de mercurio se nos antoja cada vez más como el icono plateado una manera de entender la salud y la medicina que, para bien y para mal, quizá se haya ido para siempre.