Exabyte

Sobre la gestión de grandes cantidades de datos y su visualización

[divider_flat] Cuando los confines del mundo se extendían entre lo micro y lo mega, las millonésimas y los millones, todavía existía la ilusión de que una persona podía abarcarlo casi todo. Eran los tiempos en que Voltaire publicó Micromegas y unos cuantos amigos podían elaborar una enciclopedia del mundo conocido. En poco tiempo, hemos pasado de megas a gigas, de gigas a teras, y de teras a petas (un uno seguido de 15 ceros: llámese cuatrillón o billardo), mientras que el mundo microscópico se ha ido dividiendo progresivamente hasta lo infinitesimal: micro, nano, pico, femto… Vivimos en una época en la que los bytes de información que se generan y los datos almacenados alcanzan ya proporciones mareantes. Pensemos simplemente en toda la información biomédica disponible y en el cambio que esto ha supuesto para la investigación y la práctica médicas. Pero esto es muy poca cosa con la inmensidad de datos actuales. Un terabyte, que hace poco en un gran volumen de información, es ya la capacidad de almacenamiento estándar de un disco duro de uso doméstico, y todos sabemos lo poco que cabe en un terabyte. (más…)

Significativo

Sobre la significación estadística y su frecuente insignificancia clínica

Muchos investigadores médicos parecen creer que si no encuentran algo “estadísticamente significativo” no hay nada que valga la pena mostrar. O dicho al revés: basta encontrar una asociación, un algo “estadísticamente significativo” para que el trabajo merezca ser publicado y tenido en cuenta porque esa significación estadística es un marchamo de calidad. Con esta actitud, nefasta y engañosa como pocas en la investigación médica, lo que se ha conseguido es inundar la literatura de significaciones que no significan nada en la práctica médica. ¿Qué trascendencia tiene acaso que un fármaco contra el cáncer pueda alargar “significativamente” la vida del enfermo durante un mes? (más…)

Modales

Sobre la medicina basada en la etiqueta y la buena educación

[divider_flat] Muchas de las quejas de los pacientes sobre sus médicos no tienen que ver con su competencia profesional. Ni siquiera se refieren a su falta de compasión o de sintonía emocional. Aunque la formación de los médicos cada vez pone más énfasis en la empatía, no es fácil modificar la “humanidad” de un médico, su forma de ser, su mayor o menor facilidad para sintonizar con otras personas. De lo que se quejan muchos enfermos es de algo mucho más básico y aparentemente banal como son los modales de sus médicos: “no se ha dignado mirarme a los ojos”, “no sabía con quién estaba hablando porque ni siquiera me ha dicho su nombre”, “ni una sonrisa”, “no ha apartado los ojos del ordenador”… La alusión a la buena educación puede parecer algo anacrónico cuando no secundario en el escenario de la relación médico-paciente, donde se tratan temas mucho más serios. Pero si en cualquier otra profesión relacionada con la atención al público se cuidan los modales, ¿por qué no habrían de cuidarse también en la consulta médica? ¿acaso no es importante aquí la satisfacción del usuario? ¿no podría esto influir incluso en su bienestar y salud? (más…)

Redes felices

Sobre el caracter contagioso de la felicidad y su relación con la salud

La felicidad es un fenómeno colectivo que se propaga en red. Esta es la intrigante conclusión de un estudio de epidemiología social que publica ahora el British Medical Journal (BMJ). Pero, ¿qué quiere esto decir exactamente? La idea es que la felicidad de una persona depende de la felicidad de las personas con las que se relaciona. Lo que se planteaba el estudio era nada más y nada menos que evaluar si la felicidad podía transmitirse de persona a persona, y lo que comprobó es que, efectivamente, había nichos de gente feliz y que ello no se debía tanto a que las personas con un ánimo más positivo tiendan a agruparse como a que la gente feliz hace feliz a quienes les rodean. El estudio observó que la distribución en red de la felicidad se apreciaba hasta en tres grados de separación (el amigo del amigo de mi amigo) y esto sugería que la felicidad tiene la propiedad de expandirse por las redes sociales. Vamos, que se contagia como una enfermedad infecciosa.

Sabíamos que la risa es contagiosa, pero nadie se había atrevido a decirlo de un fenómeno tan subjetivo y complejo como la felicidad. Si se preguntara en una encuesta abierta qué es la felicidad, seguramente encontraríamos demasiados lugares comunes y, con tiempo para reflexionar, alguna que otra ocurrencia más o menos ingeniosa. Los libros de frases célebres están llenos de referencias. “La felicidad consiste en buscarla”, dicen algunos; “la felicidad consiste en no buscarla”, replican otros. Y todos tienen razón. No es fácil elaborar una definición redonda y universal, pero parece que la felicidad es algo muy vinculado a la salud y que tiene que ver, entre otras cosas, con la capacidad de hacer bien un trabajo y disfrutar con él, con el mantener unas buenas relaciones familiares y una vida social satisfactoria. En este sentido, no es nada nuevo plantear que la felicidad individual, aparte de un componente genético, tiene también un componente social (de hecho, la soledad es uno de los disolventes más eficaces de la felicidad). Lo más novedoso es dibujar la felicidad como un fenómeno que se propaga a través de las redes sociales.

El estudio en cuestión está hecho con la población que participó en el famoso Estudio del Corazón de Framingham. Los datos de 4.739 personas durante dos décadas indican que la proximidad de gente feliz influye en la propia felicidad, y que esta influencia se aprecia en vecinos y amigos próximos, decayendo con la dispersión geográfica, tal y como ocurre con las enfermedades infecciosas. Pero si la felicidad no es un agente infeccioso, ¿cómo se transmite? La mímica facial podría ser un elemento clave para el “contagio de estados emocionales”, y es posible participen las neuronas espejo que nos permiten experimentar en nuestras propias carnes lo que vemos en otros. Pero esto es algo que está por estudiar. Como ocurre a menudo, la epidemiología saca a la luz una hipótesis y luego tienen que venir las ciencias experimentales a estudiarla. Ahora lo que está por ver es si se atreven con la felicidad.