Sobre el espíritu de la materia en la obra de Anselm Kiefer

El plomo es un material paradójico. De entrada, es un metal que no lo parece. A pesar de su elevado peso, es tremendamente dúctil y maleable, por lo que ha sido empleado ampliamente para impermeabilizar tejados y hacer tuberías de agua, aunque este uso ahora está prohibido por su toxicidad. Es peligroso pero a la vez protege de las radiaciones ionizantes, y por ello se utiliza para hacer los delantales de los radiólogos. Además, su color azulado se transforma con el tiempo en grisáceo. Esta condición paradójica y metamórfica del plomo, aparte de sus características sensoriales (se puede oler, amasar, moldear) y la pátina de historia que lo cubre, es muy apreciada por el artista alemán Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945), que lo utiliza en muchas de sus obras.

Kiefer emplea el plomo como lienzo en sus gigantescos cuadros, lo vierte fundido sobre sus obras, lo usa como material de construcción de sus barcos, aviones y descomunales libros, entre otros objetos escultóricos. Hay libros que pesan 300 kilos y una instalación de su biblioteca de ejemplares de plomo puede alcanzar las 30 toneladas. Algunos libros contienen imágenes del cielo y las estrellas; de otros sobresalen, por entre sus plúmbeas y envejecidas hojas, girasoles secos o carbonizados. De la obra de Kiefer, conocido como el pintor del Holocausto nazi y como el renovador de la pintura histórica, se ha resaltado que es triste y melancólica (él reconoce, sin embargo, que se lo pasa bien trabajando). En parte esto puede tener que ver con el plomo (conocido como el material de la bilis negra o melancolía), con las imágenes de campos devastados que aparecen en sus cuadros y con los colores que usa, que no suelen ser colores convencionales, sino sustancias con color como la arcilla o la goma laca, además de materiales adheridos, por ejemplo la paja o la madera quemada. Su rojo no es un rojo habitual, sino óxido de hierro, y otros colores que usa los obtiene utilizando metales como electrolitos. A menudo les pone a sus cuadros tierra, agua, ácidos. Luego, muchas veces, deja que el tiempo y la naturaleza le ayuden a finalizar una obra, aprovechando el calor y el frío, dejando los lienzos a la intemperie expuestos al sol y la lluvia.

La alquimia de Kiefer no persigue transmutar el plomo en oro, sino revelar lo espiritual a través de lo material, de un material cargado de connotaciones y significados como el plomo (curiosamente, con el que él trabaja procede del tejado de la catedral de Colonia desechado al restaurarla). Para el artista alemán pintar es, en cierto modo, filosofar. Las palabras que a menudo aparecen en sus obras no están ahí para explicar las imágenes, sino para interrogarlas, para contradecirlas o sencillamente para dar que pensar. Esta amalgama de palabra y materia resulta de lo más sugerente y luminosa, por más que el plomo no lo sea en absoluto (de hecho, es un material gris y antirreflejante). Si bien se mira, la carga de espiritualidad de la obra de Kiefer tiene que ver mucho con la sabia utilización de materiales como el plomo.