Sobre la inflación de poder de la neurociencia y sus límites

[divider_flat] Controlar un ordenador con la mente, someterse a una descarga magnética para expandir la propia creatividad, mejorar alguna de las inteligencias, leer el pensamiento de una persona, curar enfermedades y lesiones neurológicas…  ¿Son sueños o posibilidades reales de la ciencia? La ampliación de los conocimientos de la neurociencia junto con el desarrollo de las nanotecnologías y de los sistemas de visualización del cerebro en acción llevan a pensar a algunos que se está cociendo una auténtica revolución antropológica que permitirá ampliar las posibilidades del cerebro humano y modificar el propio concepto de persona. Desde la neuroética a la neuroestética, pasando por la neuropedagogía y la neuroteología (temas todos ellos abordados en Escepticemia), muchas disciplinas parecen necesitar ahora un sustento o aditamento neurológicos para estar a la altura de los tiempos y no quedar anticuadas. La expansión de la neurociencia parece no tener límites, como si nada fuera ajeno al estudio del cerebro o todo fueran a la postre neurociencias.

Es ésta una época en la que se está redescubriendo un cerebro humano que, llevados por un análisis entusiasta de los datos de la investigación y dando alas a las expectativas más optimistas, parece capaz de realizar hazañas sobrehumanas. Un buen ejemplo es una reciente exposición celebrada en el Science Museum de Londres sobre la llamada neurobótica, un palabro de nuevo cuño que alude a la fusión de sistemas artificiales con el sistema nervioso central humano. El implante de microchips en el cerebro de algunos enfermos para tratar enfermedades como la depresión o la esquizofrenia, o para aliviar minusvalías como una tetraplejia, es la punta de lanza de una fascinante línea de investigación que podría hacer realidad posibilidades que hoy por hoy son de ciencia ficción.

En algunos experimentos se ha conseguido que personas con parálisis puedan mover una mano robótica o manipular un ordenador sólo con el pensamiento, pero los resultados son todavía muy burdos y preliminares: entre el pensamiento voluntario y el impreciso movimiento de la mano robótica hay un desfase temporal de siete segundos que se antojan una eternidad. En la exposición Neurobotics… the future of thinking? se exploran las posibilidades futuras de ampliar la mente y la inteligencia, tratar a pacientes depresivos o recuperar las secuelas de un ictus, manipular objetos con el pensamiento o incluso detectar si alguien miente.

La imaginación tiene fronteras, pero en cualquier caso va mucho más allá de la realidad. Por eso algunos neurocientíficos reclaman un poco más de prudencia en el análisis de los resultados preliminares de las investigaciones relacionadas con el cerebro, no sobrevalorar su significado y mantener una saludable dosis de neuroescepticismo sobre esta inflación de poder de la ciencia. Quizá, como apunta el neurofisiólogo Michael Madeja, en la revista  Gehirn&Geist (Mente y Cerebro), lo que hace falta es un poco de neuromodestia.