Sobre los estilos de vida y su relación con la salud

[divider_flat] La noción de estilo de vida se encuentra tan a gusto y tan bien instalada en la medicina que actualmente se nos antoja casi imposible entender la salud y la enfermedad sin su ayuda. Sin embargo, el concepto de estilo de vida o lifestyle es relativamente nuevo, pues empezó a utilizarse hace poco más de medio siglo en EE UU para ilustrar que las personas pueden exhibir muy diferentes comportamientos en asuntos tan cotidianos como la alimentación, el vestido, las relaciones personales, el consumo, el sexo o el empleo del tiempo de ocio, todo ello como reflejo no sólo de su clase social sino también de sus valores y creencias.

Aunque siempre ha habido diferencias de hábitos y actitudes, hasta el siglo XX los grupos humanos eran relativamente homogéneos; sólo desde entonces, con la ampliación y diversificación del abanico de opciones, empezó a cobrar sentido el estudio de los distintos estilos de vida. En el campo de la medicina, la epidemiología se ha empleado a fondo en las últimas décadas hasta establecer que algunos comportamientos o hábitos son nocivos para la salud, ya sea el tabaquismo o el sedentarismo. La familiaridad con la que actualmente se habla de factores de riesgo o se etiquetan ciertos estilos de vida como saludables o nocivos es, pues, el fruto aparentemente maduro de muchos estudios epidemiológicos.

El término bioestilismo parece referirse al estudio de los estilos de vida, pero este concepto fue acuñado por el médico checo Petr Skrabanek (1940-1994) para designar la hegemonía de cierta idea estadounidense de estilo de vida aplicada a la salud. El incisivo Skrabanek fue, en este sentido, el primero en alertar sobre los peligros inherentes a una posible dictadura del healthy way of life, como por ejemplo el suponer que hay muchos estilos de vida nocivos pero sólo uno saludable (consistente en no fumar, evitar los alimentos con colesterol, tener relaciones monógamas, machacarse haciendo jogging y aerobic, tomar fibra dietética, etc.), el considerar la salud como un deber de todo buen ciudadano, o el dar por sentado que el enfermo es culpable de su enfermedad por no haber adoptado a tiempo las medidas necesarias para prevenirla.

Este discurso quizá haya sido desproporcionado, pero sin duda ha servido para ponernos en guardia frente a los excesos de la medicina preventiva y matizar que el enfermo es sólo hasta cierto punto responsable de su salud. Ciertamente, la epidemiología ha dado menos frutos de los esperados y sólo permite hacer contadas recomendaciones sobre estilos de vida. Ir más allá, sí sería caer en el bioestilismo contra el que nos prevenía Skrabanek.