Sobre la divulgación de especulaciones contra corriente

Las hipótesis, como los deseos, soportan relativamente bien el peso de los adjetivos y relativamente mal el paso del tiempo. Hay hipótesis buenas y malas, disparatadas y realistas, sorprendentes y previsibles; con el tiempo, algunas se confirman y pasan a formar parte (siempre de forma provisional) del cuerpo teórico de la ciencia, pero la mayoría se quedan en el intento. Un científico es alguien entrenado en la formulación de hipótesis científicas y empecinado en demostrarlas, pero esta tarea es sólo una superespecialización de algo que hacemos los humanos todos los días, a menudo sin darnos cuenta. Antes que Hommo sapiens somos, como dice George Steiner, Hommo quaerens, seres que no dejan de preguntar y de anticipar hipótesis. Puestos a lanzar hipótesis, podemos formular que el cerebro (no sólo el humano) es el órgano especializado en fabricar hipótesis, y la conciencia (no sólo la humana) es el escenario donde se representan algunas de ellas (el cerebro genera otras muchas hipótesis anticipatorias que no son conscientes). Esta idea no es fácilmente verificable, desde luego, pero tampoco es disparatada y ni siquiera sorprendente (de hecho, no es más que una versión de las hipótesis sobre la conciencia de algunos neurocientíficos, en particular del colombiano Rodolfo Llinás). El Nobel Francis Crick (1916-2004), tras su brillante incursión en la biología molecular, se centró en las últimas décadas en el estudio del cerebro y publicó en 1994 un libro de divulgación sobre las bases biológicas de la conciencia titulado The Astonishing Hypothesis (“La hipótesis sorprendente”), cuya mayor sorpresa no fue otra que su osado subtítulo: “La búsqueda científica del alma”.

En medicina, como en las demás disciplinas sometidas al método científico, las hipótesis más sorprendentes o más arriesgadas no tienen fácil cauce de expresión. El sistema de peer review para la publicación de trabajos deja poco margen para la especulación contra corriente y, sin duda, cierra el paso a algunas buenas ideas. La revista Medical Hypothesis pretende llenar este hueco y cada mes publica las hipótesis más interesantes, sin discriminar las más radicales con tal de que sean coherentes y estén bien explicadas, como la publicada en el último número sobre el origen evolutivo de la diabetes tipo I como mecanismo de defensa contra el frío en la época de las glaciaciones, de la que se ha hecho eco The New York Times. Entre las más sugerentes hipótesis están la que explica la obesidad como un tumor endocrino y la que discute la posibilidad de que la enfermedad de las vacas locas esté causada por una bacteria. Pero sin duda la más interesante, o al menos así lo certifican los lectores de la revista, es la hipótesis que relaciona la iluminación artificial con el auge de algunos cánceres. Nadie sabe qué porvenir le aguarda a esta idea, pero conviene recordar que las hipótesis más revolucionarias parecen al principio cosa de iluminados y cuando se confirman nos iluminan a todos.