Sobre la manipulación verbal de los conceptos científicos

La einsteinmanía diferida que vivimos este año dedicado a Einstein tuvo su punto álgido no en 1905, cuando el físico alemán publicó su teoría de la relatividad especial, sino a partir de 1919, cuando un grupo de astrónomos británicos aportó la primera prueba experimental sólida de la teoría de la relatividad general tras observar la luz de las estrellas durante un eclipse de sol. Un día después del experimento, The Times londinense anunciaba la muerte de Newton y el nacimiento de una nueva teoría del universo. Hasta entonces los trabajos de Einstein apenas habían tenido repercusión pública por su elevado nivel de abstracción y su alejamiento de la realidad experimental: difícilmente se podía medir un leve encogimiento del espacio y el tiempo cuando un tren se desplaza a la velocidad de la luz. Los plumíferos de medio mundo empezaron a airear airearon la nueva revolución científica y lo que podía representar en todos los órdenes de la vida. Curiosamente, la popularidad de la teoría de Einstein se fraguó a partir de una sola palabra y todas sus connotaciones: relatividad. Einstein había anunciado que ya no había ninguna medida universalmente válida. Los conceptos absolutos de eternidad, verdad, cielo, infinito se tambaleaban, y con el aval del popular físico lo mismo se podía desautorizar una costumbre que una religión. Como advirtió en 1920 el escritor Alexander Moszkowski (1851-1934) y argumenta ahora Carsten Könneker, director de la revista Gehirn & Geist (Mente y Cerebro), la masa se había conmovido por una teoría científica tan complicada porque la gente reduce la física a lo puramente lingüístico. Puesto que todo es relativo, la teoría de la relatividad podía ser utilizada para respaldar o criticar cualquier idea ajena a la física, que a la postre parecía ser lo menos importante en las coordenadas espaciotemporales de la vida humana.

El periodismo «científico» de la época tuvo, sin duda, cierta responsabilidad en la instrumentalización que se hizo de la figura de Einstein y su relatividad. Reducida toda una teoría del cosmos a una sola palabra, cualquiera – desde la iglesia a los políticos, incluido el propio Hitler– parecía estar en disposición opinar sobre la relatividad, sus consecuencias y los fundamentos ideológicos de esta «doctrina». Como dijo el propio Einstein: «Ahora cualquier cochero o camarero debate sobre la verdad o falsedad de la teoría de la relatividad». Muchos científicos coinciden en afirmar que el lugar que ocupaba la física hace un siglo lo ocupan ahora la biología en general y la neurobiología en particular. Cabe preguntarse, por tanto, qué puede estar pasando en nuestros días con ciertos conceptos científicos que están en el centro de atención de la investigación, la política, la religión, la economía y el conjunto de la opinión pública, como por ejemplo clonación, ingeniería genética o células madre embrionarias. Y, con todo el escepticismo, conviene también plantearse qué papel está desempeñando la divulgación científica.