Sobre la inefable huella de Einstein y su obra científica

Freud y Kafka son algunos de los pocos grandes genios del siglo XX que se han hecho un hueco en el diccionario. Las palabras freudiano y kafkiano, reconocidas por la Real Academia Española, remiten no sólo a sus obras sino que nos sirven a todos para designar ciertas visiones de la personalidad y del mundo: el adjetivo freudiano nos abre la puerta del subconsciente del mismo modo que el término kafkiano nos describe una situación absurda y angustiosa. Si Picasso, otro de los mayores genios del siglo XX, también tiene su picassiana entrada en el diccionario, por no hablar de otras figuras menos relevantes, ¿por qué no tiene la suya Einstein, que sin duda alguna es uno de los nombres imprescindibles y más revolucionarios del siglo pasado?

El homenaje de nombrar einstenio (Es) al elemento radiactivo que ocupa el puesto 99 por su número atómico en la tabla periódica no deja de ser una referencia reservada para técnicos o exquisitos, pues la palabreja, como el elemento que designa, sólo tiene vida propia en el laboratorio. La relevancia de la obra de Einstein en la ciencia y la cultura hubiera merecido otra cosa. Hace ahora 100 años que este sabio diferente y singular publicó su teoría de la relatividad especial y otros tres artículos que transformaron para siempre la visión científica del mundo, pero su legado científico sigue siendo materia de especialistas y no ha calado lo suficiente en la cultura general. Quizá el significado común de la palabra relatividad actúa como un caparazón para conocer las aportaciones de un hombre inmortalizado en una fórmula incomprensible para la mayoría y convertido en icono de camiseta con la lengua fuera. Bien distinta ha sido la suerte de los conceptos médicos que surgieron por la misma época, como los de alergia, hormona o genética, que están perfectamente integrados en el habla común.

En enero de 1931, cuando ya tenía un Premio Nobel en el bolsillo –de los dos o tres que hubiera merecido– y gozaba de la fama y admiración general, Einstein acudió con Charles Chaplin a Hollywood, al estreno de la película “Luces de la ciudad”, y fueron recibidos en el lugar de la proyección con una estruendosa ovación. “La gente me aplaude a mí porque me entiende, a usted le aplauden porque no le entienden”, le dijo el cómico al científico. El propio Einstein reconocía que si un científico no era capaz de hacer comprensible su trabajo a un profano era porque no lo entendía ni él mismo. Tantos años después, las ideas y formulaciones que salieron de la mente de este creador, como la transmutación de la materia en energía y viceversa, la ruptura de la barrera entre la luz y la materia, la expansión del universo y otras aportaciones einstenianas, siguen siendo inexplicables e incomprensibles para la mayoría. Por encima de todo, somos seres de lenguaje, pero nos quedamos sin palabras para explicar las ideas einstenianas. Quizá esta inefabilidad del espacio-tiempo sea lo que designa la inexistente palabra einsteniano.