Sobre el miedo a enfermar transmitido por internet

Basta asomarse ligeramente al ventanal de internet para percatarse de la descomunal inflación de los contenidos de salud. Resulta imposible cuantificarlos y clasificarlos. El ruido informativo es tan ensordecedor que amenaza con acallar las voces más veraces y los mensajes más sensatos. Toda la mejor literatura médica está ahí, de eso no hay duda, pero inevitablemente mezclada con contenidos de medio pelo que responden a intereses y propósitos de lo más diverso. La sobresaturación e intrascendencia son un incordio hasta para los profesionales de la salud; para los profanos, la profusa mezcla de verdades, medias verdades y falsedades puede convertirse en una auténtica amenaza para su salud. Tomada en bruto, la información de salud mete miedo. Su capacidad amedrentadora tiene que ver no sólo con el gigantismo de las cifras y letras sobre la enfermedad y la muerte, sino sobre todo con la sobreabundancia de recomendaciones, unas atinadas, otras erróneas y muchas contradictorias. A poco que uno esté predispuesto a la hipocondría, la saludable preocupación por la propia salud puede convertirse en una preocupación excesiva y malsana. De hecho, en estos tiempos tan dados a la creación de nuevas palabras que respondan a los nuevos medios y tecnologías, ya hay quien ha acuñado el término “cibercondría” para referirse al temor hipocondríaco derivado de la consulta de páginas web de salud, un trastorno que, más allá de lo anecdótico del término, remite a un problema de salud mucho más profundo y preocupante.

Cada año se incorporan 500.000 nuevas referencias a la base de datos MedLine (donde, por cierto, no ha entrado el término “cyberchondria”). Todo este corpus científico es el corazón de un inmenso volumen de literatura biomédica secundaria que circula por internet y que nutre a los agentes de salud más respetables, incluyendo las sociedades científicas, las editoriales médicas, las instituciones sanitarias públicas y los medios de comunicación más serios. Esta información puede ayudar, sin duda, a tomar decisiones informadas sobre la propia salud. Pero, dejando de lado las páginas web que no son fiables, el ruido informativo que mete este conglomerado de prestigiosos informadores de salud es digno de tenerse en cuenta, pues los mensajes generados alcanzan un volumen desmesurado y muchas veces son contradictorios. Esta situación genera en los receptores, entre otros posibles efectos indeseables, desconcierto, ansiedad, preocupación e incluso miedo por la propia salud. Esta claro que internet puede empeorar a los hipocondríacos, pero a la vez podría estar creando una nueva e impresionante legión de “cibercondríacos”. En la práctica médica la prevalencia de la hipocondría se sitúa entre un 4% y un 9%, y se desconoce cuál podría ser en la población general. Con todo, no es descabellado suponer que con internet resulta mucho más fácil ser hipocondríaco y que la insensata proliferación de mensajes de salud esta extendiendo el miedo a enfermar.