Sobre la necesidad de la investigación en sistemas de salud

Los avances biomédicos no mejoran por sí mismos la salud de la población, pues además hace falta que todo ese conocimiento se ponga en práctica de la manera más eficiente. Es notorio que todos los sistemas de salud, ya sean los de los países pobres como los de los ricos, tienen escasez de recursos económicos y presentan a la vez notables deficiencias en la gestión de los recursos disponibles. En su conjunto, el sistema global de salud es claramente ineficaz e ineficiente, pues la mitad de las muertes del mundo son potencialmente evitables con intervenciones sencillas y baratas (coste-efectivas), entre ellas las de más de seis millones de niños. ¿Por qué no funcionan mejor los sistemas sanitarios y fracasan tan a menudo al hacer llegar las medidas eficaces a las personas que las necesitan? El asunto tiene enorme complejidad por la diversidad de contextos sociales y políticos, pero hay un dato revelador: de cada mil artículos biomédicos publicados sólo siete hacen referencia a investigaciones sobre los sistemas de salud.

La ciencia debe contribuir a mejorar los sistemas de salud pública y no limitarse a producir medicamentos, pruebas diagnósticas, vacunas y dispositivos médicos. Esta es una de las principales conclusiones de un reciente informe de la OMS (Knowledge for Better Health: Strengthening Health Systems o Conocimientos para mejorar la salud: Fortalecimiento de los sistemas sanitarios) en el que se subraya la necesidad urgente de emprender investigaciones nuevas e innovadoras que reduzcan el desfase entre la teoría y la práctica, entre el conocimiento y la acción. Y hay ejemplos muy ilustrativos: desde que se descubrió que el zumo de limón previene el escorbuto y la resolución de la Armada Británica de garantizar el suministro de cítricos en sus barcos pasaron nada menos que 264 años. Pero incluso hoy, en los países más desarrollados, la evidencia científica tarda una década en trasladarse a la práctica clínica. En los menos desarrollados, a menudo ni llega. No llegan obviamente los medicamentos más caros, pero tampoco otras medidas más baratas y sencillas. Así, por ejemplo, es muy significativo que sólo entre el 2% y el 15% de los niños africanos durmieran en 2001 bajo una red antimosquitos. Las soluciones han de ser necesariamente locales, pero en cualquier caso hace falta investigar cuáles son las que mejor funcionan y cuáles son las mejores estrategias para aplicarlas. Además, como recuerda el BMJ del 13 de noviembre de 2004, los países ricos no tienen el patrimonio de las soluciones y también pueden y deben aprender de los países pobres.

La gran paradoja de la investigación biomédica es que está generando notables avances y a la vez provocando alarmantes desigualdades en la puesta en práctica de las medidas sanitarias, incluso de las más sencillas y baratas. El impulso decido de las investigaciones sobre sistemas de salud para gestionar mejor los recursos es, probablemente, el mejor camino para lograrlo.