Sobre la hipertensión como espejo del éxito y el fracaso

En los amaneceres de la evolución humana, cuando la selección natural de los más capaces de nuestros parientes lejanos iba configurando la maquinaria fisiológica que hemos heredado, los primeros cazadores y guerreros debían de sufrir abundantes sangrías. En esas contingencias, la disponibilidad de lo que hoy conocemos como sistema renina-angiotensina-aldosterona para la regulación de la presión arterial demostró sin duda una enorme utilidad en términos de supervivencia. Pero lo que en un momento dado de la evolución se desarrolló como un sistema de protección y seguridad, en las condiciones de vida actuales puede resultar un mecanismo desproporcionado. En la gran mayoría de los casos, la hipertensión es primaria o esencial, es decir, de origen desconocido, y no sería descabellado pensar que bien podría esta relacionada con un ajuste demasiado fino o exceso de sensibilidad del sistema renina-angiotensina-aldosterona. Este desajuste entre el diseño original del organismo humano y las actuales condiciones de vida también se ha invocado para explicar otras epidemias de nuestro tiempo, como la obesidad o las enfermedades alérgicas. Sea cual sea la causa, lo cierto es que la hipertensión es un problema de salud de enormes dimensiones y que la medicina se está empleando a fondo en su solución, revelando a la vez su poder y sus limitaciones, sus ambigüedades y contradicciones.

De la hipertensión se ha dicho que es un constructo médico, una desviación por la derecha de la normalidad, una afección sin síntomas y a veces una no enfermedad, pero también se cataloga como factor de riesgo de primera magnitud, auténtica enfermedad, asesino silencioso y hasta epidemia mortífera. Sea lo que fuere, lo cierto es que la hipertensión afecta en España a dos de cada cinco adultos y es responsable directa del 12% de las muertes. La gran contradicción es que disponiendo de tratamientos eficaces sólo el 30% de los hipertensos con tratamiento farmacológico y el 15% de todos los hipertensos (muchos están sin diagnosticar) está controlado. Con la creación de unidades especializadas en los hospitales no se acaba de resolver el problema. Los resultados del estudio Clue (acrónimo de Control de los pacientes hipertensos en unidades especializadas), publicados en el número de junio de Hypertension, muestran que estas unidades mejoran la tasa de hipertensos controlados, pero se quedan en un exiguo 42%; y en los pacientes de riesgo, como diabéticos o enfermos renales, el control es sólo del 13% y 17%, respectivamente. Las mejores tasas de control de EE UU se basan no sólo en una definición más estricta de la hipertensión, sino en otras medidas médicas y no médicas. Y es que el control de esta afección tiene una vertiente social y política que trasciende a la propia medicina. La hipertensión es, en definitiva, un fiel reflejo de las complejas tensiones que sacuden los binomios prevención-curación, teoría-práctica, eficacia-eficiencia, enfermedad-medicalización y otras dicotomías de la medicina actual.