Sobre la biomedicina como fábrica de imágenes

Sin su vigorosa inclinación hacia el dibujo y la pintura, probablemente Cajal no hubiera sido Cajal. En sus memorias Recuerdos de mi vida: mi infancia y mi juventud, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), recuerda: “Tendría yo como ocho o nueve años, cuando era ya mi manía irresistible de manchar papeles, embadurnar las tapias, puertas y fachadas recién revocadas del pueblo con toda clase de garabatos, escenas guerreras y lances de toreo… más como no podría dibujar en casa, porque mis padres consideraban la pintura cual distracción nefanda… salíame al campo… y copiaba carretas, caballos, aldeanos y cuantos accidentes del paisaje me parecían interesantes… que guardaba como oro en paño… y traduciendo mis ensueños al papel, teniendo por varita mágica un lápiz, forjé un mundo a mi antojo, poblado de todas aquellas cosas que alimentaban mis ensueños…”  

Esta vocación pictórica, asfixiada por su padre y su entorno, acabó por salir a la luz en los centenares de dibujos científicos que realizó como documento de sus investigaciones y hermosa visión de su teoría neuronal. Muchos de sus colegas consideraron que los dibujos de Cajal eran interpretaciones artísticas en vez de reproducciones exactas de sus preparaciones histológicas, pero quienes han tenido la oportunidad de examinarlas, como el neurocientífico Javier de Felipe, del Instituto Cajal del CSIC, han constatado la veracidad de los dibujos. La genialidad científica de Cajal consistió, como dice De Felipe en “ser un gran observador e intérprete de las imágenes microscópicas”, porque veía de forma clara detalles que otros, con las mismas técnicas, eran incapaces de interpretar. Y en esta originalidad, la de inaugurar una nueva mirada, más la propia belleza de los dibujos, está su valor artístico.

Decía el pintor británico Francis Bacon que su ideal del retrato sería “coger sólo un puñado de pintura y tirarlo en el lienzo y esperar a que apareciese allí”. El ojo del espectador, troquelado por la biología y pulido por la milenaria indagación artística en el misterio de las apariencias, es lo que nos hace recortar un rostro en una nube o admirar una figura en una sombra o en un escáner. Con la llegada de la microfotografía primero y después con las modernas técnicas de visualización del cuerpo, la biomedicina se ha convertido en una fabulosa fábrica de imágenes. En su fascinante “Álbum del cuerpo”, Juan Bosco Calvo publicó en Jano una impresionante galería de imágenes, entre las que recuerdo una titulada “Facies cerebralis” en la que se mostraban nueve PET cerebrales que miraban a los ojos del espectador con expresión de máscara teatral. Desde la genética a la nanotecnología, la fotografía médica y científica encuentra motivos espectaculares, como prueba el certamen Visions of Science (abierto hasta el 7 de mayo) que organizan desde 2000 Novartis, The Daily  Telegraph y el BMJ. Estas fotos demuestran que la biomedicina es hoy, sin duda, un campo apasionante para ejercitar el arte de la mirada.