Sobre los posibles riesgos de los excesos vitamínicos

En un cuento tan poblado de malos como es el de la salud, también es curioso que a las vitaminas siempre les toque el papel de buenas. Tanto da que sea un centro de investigación o un comedor particular: el prestigio de estas reinas de la dieta y la salud permanece inmaculado. Y lo mismo da la hipótesis científica que se baraje o la enfermedad sobre la que se converse: las vitaminas siempre son las buenas (para malos ya está el colesterol). En la literatura médica (175.000 referencias en MedLine) y en la general (más de cuatro millones en Google) las vitaminas gozan de una presencia tan continuada, notoria y pulcra que resulta casi osado dudar de su bondad.

De acuerdo, son imprescindibles para la vida, pero también lo es el colesterol; vale, hay que ingerirlas en la dieta porque el organismo no las sintetiza, pero una dieta equilibrada y moderada ya garantiza su aporte en la población sana. El prestigio de las vitaminas tiene que ver no sólo con su participación en muchos procesos vitales sino con sus supuestas virtudes contra el cáncer, las enfermedades cardiovasculares, el envejecimiento y otros ogros. De mantener su glamour ya se encarga la publicidad de los polivitamínicos y los alimentos enriquecidos que inundan el mercado desde hace unos años. Y, al cabo, ¿qué bondades han demostrado? ¿Qué enfermedades previenen? ¿Cuál es la justificación de que un 15% de europeos y un 40% de estadounidenses tomen regularmente suplementos vitamínicos?

Por más estudios que se han realizado, no se ha conseguido demostrar que las vitaminas prevengan el cáncer o cualquier otra enfermedad. Aunque su voz apenas sea audible, los expertos llevan años alertando que faltan datos concluyentes para justificar el consumo de suplementos vitamínicos en la población sana (caso aparte son las poblaciones de riesgo, como los ancianos, las embarazadas o ciertos pacientes). Un reciente artículo publicado en The New York Times (Vitaminas: más podrían ser demasiadas) ha venido a poner el dedo en la llaga en un país tan mal alimentado y tan aficionado a los alimentos reforzados y los complejos vitamínicos como Estados Unidos. En él se recuerda que estos suplementos no previenen ninguna enfermedad, no pueden corregir una dieta pobre (“si comes comida basura todos los días, las vitaminas son el menor de tus problemas”, afirma Benjamín Caballero, miembro del consejo de Alimentación y Nutrición de la National Academy of Sciences) y que incluso podrían resultar perjudiciales si se consumen regularmente. Esto es algo que se comprobará con los años, pero no está de más que los expertos pongan a la población sobre aviso.

Todo indica que los suplementos vitamínicos son un suculento negocio montado sobre algunas hipótesis no confirmadas, pues los beneficios para la salud demostrados por una dieta equilibrada y rica en frutas y verduras no pueden resumirse por las buenas en algunos de sus micronutrientes, aunque tengan el bienhadado y todavía inmaculado nombre de vitaminas.